Ione Belarra

¿Y un anuncio de un niño que maltrata a su madre?

El último disparo del revólver populista con el que desangran nuestra maldad original es la campaña contra el maltrato infantil que utiliza un eslogan que nos interpela: «¿A tí que te importa?»

Las campañas de publicidad de los ministerios de Igualdad y de Asuntos Sociales, para ponerles cara, los de Irene Montero e Ione Belarra, se han abonado a la moralina de monja. Por un lado, un corta y pega en el que a una modelo sin su permiso se le retocaba la celulitis en la playa; por otro, una bronca al ciudadano por ser racista, porque usted cree que no es racista, pero lo es, y también piensa que no es machista, pero lo es más aún, y maltrata a los animales sin parar aunque le pone una bufandita a su perro cuando lo saca a pasear. No hablemos del poco espíritu ecologista del que hace gala porque si bien recicla y sabe distinguir para qué sirve cada cubo de la basura según su color no ha llorado mientras se comía un filete de cerdo. Somos, no solo usted, todos, deplorables ciudadanos que solo merecemos que las ministras nos abronquen y, en algunos casos, hasta nos multen. Deberíamos estar en la cárcel si no fuera porque el nuevo comunismo prefiere a los delincuentes en la calle: de violadores a políticos corruptos.

El último disparo del revólver populista con el que desangran nuestra maldad original es la campaña contra el maltrato infantil que utiliza un eslogan que nos interpela: «¿A tí que te importa?». Y eso es lo que desde aquí, con las rodillas ya desolladas por la penitencia, les pregunto a las ministras: A ustedes, qué diablos les importa lo que hagamos con nuestra vida.

El mejor de los anuncios de esta campaña es el que protagoniza una mujer que nos mira con cara de mala leche porque su hija, sentada al piano, a sus espaldas, desafina o no alcanza el «moderato cantabile» que tocaba Marguerite Duras. Una mujer cruel con su retoño que ha de ser del barrio de Salamanca o similar, clase media alta, burguesa reprimida como de película de Buñuel, que luego sueña que la azotan mientras se pone un liguero. No hay ningún ejemplo de persona de origen más humilde, no hace falta irse al barrio de las tres mil de Sevilla, ni de otra raza que no sea la caucásica mediterránea, por lo que uno colige que los protagonistas que se comen a lo niños son votantes del PP. O sea, que el dinero público se usa realmente no para concienciar a la población de que está mal maltratar a los niños (¿para cuándo un anuncio con un niño maltratando a una madre?) sino para decirle que las personas malas son de derechas. Hay pocas cosas que eche más de menos que el cinturón de mi padre, postrado en la silla, mientras me preguntaba si había faltado a clase. Nunca lo usó, no como estas ministras que te sueltan moralinas con látigo que pica.