Navidad

Cuentos de Navidad

Me ha recomendado que mire mucho el Belén y, en concreto, a la Virgen y a San José. «Porque, Cristina, te va a nacer de ellos un niño, un niño que se llamará consuelo»

«Mira, el castillo de Herodes... los pastores, que van al Belén...», la madre le va señalando a la hija las figuras del nacimiento y me pregunto cuál de las dos está enferma. La cría tendrá unos siete años, la madre, cuarenta y tantos. Hay que ver lo que humaniza el pesebre las salas inmensas del Hospital Ramón y Cajal. También hay una gran árbol decorado junto a la puerta de entrada. Un detalle tan sencillo recuerda que somos algo más que un pulmón averiado o un TAC de corazón. Las personas se van deteniendo, el que camina mal, la que va en silla de ruedas, incluso el que salía a toda mecha y ha echado el freno al ver la estrella del portal y se fija ahora en la mujer que porta un ganso en brazos.

Pienso cuánto se parecen las figuras a nosotros. Por ejemplo, la del ganso enorme me trae a la memoria una enferma psiquiátrica que estaba enamorada de un cura amigo mío. Llevaba siempre una bolsa desmesurada consigo –es curiosa, esa fijación con las bolsas grandes, que a veces albergan una vida entera– y acudía a horas intempestivas a molestarlo. Mi amigo tenía dada indicación de que siempre la dejasen pasar, estuviese en el despacho u ocupado en el confesionario o dando una conferencia. Interrumpía lo que estuviese haciendo y le decía simplemente: «Ana, reza un avemaría por la Iglesia». Ella asentía y se iba tan contenta. Mi amigo ya ha muerto.

En el Belén hay una madre rodeada de sus hijos. Me recuerda a su vez a esa otra amiga, profesora universitaria en Madrid, que hace años que enseña Oratoria y Redacción y siempre pone a sus alumnos un ejercicio sobre el tema: «Quería tanto a sus amigos que dio la vida por ellos». En todos estos años nunca, ninguno de ellos, ha relacionado la frase con la historia de la Salvación, ni siquiera ha mencionado el parecido. Escriben de accidentes de tráfico, de rescates en ríos, no caen en lo otro.

En el portal, cerca de Jesús, me imagino a otro cura, Jesús Luis Sacristán, uno de esos santos sabios que son como niños. Esta semana me embargó la pena, porque echo mucho de menos a mi padre, recién fallecido, al que por cierto solía acompañar a este hospital. Jesús Luis se detuvo en la puerta de un estudio de radio para escucharme y me miró afectuosamente. Me ha recomendado que mire mucho el Belén y, en concreto, a la Virgen y a San José. «Porque, Cristina, te va a nacer de ellos un niño, un niño que se llamará consuelo».