Memoria

La Transcición es imborrable de la historia

“No hay más lerdo que el que se empeña en romper la realidad a cabezazos, consciente de que esa realidad es de hormigón armado”

No se van a cargar la Transición española, por más que separatistas catalanes y vascos (y los consabidos cómplices) se jacten de ello. Aquel periodo de España, con errores, que sin duda los hubo, pero con más aciertos, una etapa luminosa de nuestra Patria, forma parte ya de la historia.

Los que como periodistas tuvimos la suerte de asistir e informar de casi todos los acontecimientos de aquellos momentos, desde la muerte de Franco hasta la abortada intentona golpista de febrero de 1981, que eso es la Transición, fuimos testigos en primera línea del nacimiento de la Democracia.

Los enemigos de una España en libertad, singularmente la banda terrorista ETA que, repásese la historia, jalonaba cada paso del debate de la Constitución con el asesinato de uno o varios militares, con el fin de provocar una involución, no se salieron con la suya. Cosas de la vida, los que quieren reescribir la historia y tergiversar los valores de la Transición son los que se aprovechan de la Carta Magna para hacerlo. Convendría que recordarles que si están sentados donde se hallan es gracias a unas elecciones democráticas, amparadas por nuestra Ley de Leyes.

El “nefasto”, para ellos, “régimen del 78″ (también se olvidan que aquel fue el primero de los tres “años del plomo” de ETA), bajo la égida de la Corona, permitió el desarrollo de las libertades que los españoles fuimos asumiendo como nuestras, porque nuestras eran, en un ambiente de tolerancia, conciliación y diálogo.

Desde el punto de vista informativo, una etapa fascinante. Hubo momentos en que podíamos comentar con todo acierto, cuando salías de casa por la mañana, que no sabías qué sorpresa, muchas de ellas negativas protagonizadas por los citados enemigos, iba a ocurrir, pero, pese a todo se avanzaba.

La elaboración de la Constitución, columna vertebral de la Transición, fue un ejemplo para muchos, incluso a nivel internacional. De ahí, su permanencia en el tiempo, algo poco usual por estos predios. Los que pudimos seguir todos los debates, desde la primera reunión de la ponencia hasta la solemne sesión de las Cortes Generales en que fue sancionada por el Rey don Juan Carlos, aprendíamos cada día una asignatura que, por razones obvias, no nos habían enseñado durante nuestros estudios.

Todo era nuevo, cada artículo, debatido durante horas hasta que llegó a un texto de consenso, suponía un aprendizaje de la discusión, con firmeza y, a la vez, respeto a las posiciones contrarias.

Antes, se había producido la legalización de todos los partidos políticos que tantos dolores de cabeza le costó al recordado Adolfo Suárez. Se autoexcluyeron los que preferían la violencia terrorista al debate democrático.

Resultó fascinante contemplar sentados en sus escaños a políticos que uno había conocido en la clandestinidad, como en la inolvidable rueda de prensa del comunista Santiago Carrillo, aquel que se paseaba con su peluca por las calles de España.

Y ahora vienen jactándose con que han laminado el “régimen del 78″. Pues no. La historia no se puede cambiar, está ahí, les guste o no.

Una anécdota para los separatistas catalanes. Salón de autoridades del aeropuerto de Barajas. Lleno completo de políticos y periodistas. Llegaba Josep Tarradellas. En la vorágine, casi aplastado contra un cristal, estábamos Jordi Pujol y el que suscribe. Y se me ocurrió decirle: “se comenta que algún día será serás presidente de la Generalitat”. No me contestó, pero con ese tic que aún mantiene, puso cara de aparente asombro. Ya ven. ¿En qué marco se celebraron las elecciones que le llevaron a encabezar la primera institución de la Comunidad Autónoma”: la Constitución fue refrendada por el 90% de los catalanes.

Como recordó en su día el profesor Francisco Llera (“El Correo”, diciembre 2018), en el País Vasco “el sí del consenso (479.205) casi multiplicó por tres veces y media al no extremista (163.191), y el primero ganó por el 70,2% del voto válido, mientras que el segundo tuvo que conformarse con un 23,9%. La clave del falso rechazo de la sociedad vasca a la Constitución está en la adjudicación tramposa de la abstención por parte del nacionalismo, pero el abstencionismo táctico peneuvista, difícilmente, puede atribuirse un máximo de 12 ó 13 puntos del total de la abstención (alrededor de 200.000 electores)”.

Es decir, que se pretende “cargar” algo que aprobaron sus ciudadanos en su día y todo en su afán de rescribir la historia que, en lo que se refiere a la Guerra Civil y sus consecuencias, van de la mano con al actual PSOE, que nada tiene que ver con el de la Transición.

Ya van escritas 750 palabras, y como decía don Quijote a Sancho: “sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo”. La Transición, una etapa fundamental de nuestra España democrática, no la van a borrar de la historia ni la van a incorporar a una nueva “leyenda negra”. No hay más lerdo (”que comprende con dificultad y lentitud lo que se le explica o enseña y no demuestra inteligencia”, según la RAE).que el que se empeña en romper la realidad a cabezazos, consciente de que esa realidad es de hormigón armado.