Irán

Fascinante

No resulta fácil salir a la calle a protestar como valerosas y conmovedoras niñas iraníes de 15 años. Sobre todo, porque realmente la mayoría de nosotros solo somos vocacionales prejubilados de la Administración pública

Resulta fascinante cómo ciega el poder. Quien logra hacerse con él, en una medida u otra, acaba olvidando que es mortal. Se convierte en autoridad ilusoria y provisionalmente encumbrada, pero desde cuya altura social contempla la insignificancia del resto de sus congéneres. No le resulta difícil, pues, tomar decisiones arriesgadas, algunas impulsadas por la necedad: porque la altanería siempre es una cortapisa para la inteligencia.

Llegado el caso, el poderoso legislador y ejecutivo se atreve a promulgar leyes solo para su propia protección, política y hasta física (para evitar la cárcel, por ejemplo), o comete actos de desvergüenza temeraria, como promover legislaciones encaminadas a vengarse del resto de poderes del Estado (del mismísimo poder judicial) que le hayan molestado en el pasado, o que osen interponerse en su futuro camino. «Quien hace la ley, hace la trampa», y puede llegar a sentirse por encima de la ley y de quien la administra. Así, olvida el poderoso que su omnipotencia es fija discontinua en una Democracia Liberal. Solo podría ser absoluta en una «no-democracia iliberal».

El poder soberbio cae a menudo en un descarado nepotismo tipo «Antiguo Régimen». Sin percibir que el favoritismo familiar y el amiguismo, colocar a parientes y conocidos con sueldos públicos indecentes en un país asolado por lustros de recesión y falta de prosperidad, puede tener consecuencias (mientras aún estemos viviendo) en un Estado de Derecho donde importen algo la opinión pública y la justicia. Claro que la acojonancia nacional, y la acongojancia nacional, cierran los ojos ciudadanos ante las tropelías cometidas, ofreciendo impunidad a los desmanes del poderoso.

Al final, vivimos una era pospandémica, y entre las heridas mentales causadas por los espantosos e ilegales confinamientos, y la lumpenización de una recesión económica interminable, consecuencia del último estadio de la globalización, y acrecentada por la crisis Covid, no resulta fácil salir a la calle a protestar como valerosas y conmovedoras niñas iraníes de 15 años. Sobre todo, porque realmente la mayoría de nosotros solo somos vocacionales prejubilados de la Administración pública. Y tal y tal.