PSOE

Salvar al PSOE

La destrucción del socialismo, que empezó en Andalucía, puede resultar demoledora tras el paso incontrolado de Pedro Sánchez por La Moncloa

Una de las dudas que circulan en los ambientes políticos de España al asomarnos al año electoral es qué va a ser del PSOE, el viejo partido socialdemócrata del puño y la rosa. El inquietante asunto va más allá del resultado del cartel electoral encabezado por Pedro Sánchez. Aun en el caso, poco probable a estas alturas según los sondeos y el creciente rechazo popular a la persona del candidato, de un ajustado triunfo del sanchismo en los comicios de final de año, no es seguro que eso salvara la vida del histórico partido, creado por Pablo Iglesias y refundado, con la renuncia al marxismo, por Felipe González. El experimento de Sánchez es otra cosa, más próxima a las tesis populistas de Podemos y del francés Mélenchon que ajustada a la trayectoria más fiable del socialismo español. Sus compromisos con Bildu y con ERC rompen claramente con la línea del partido. Es significativo que una parte notable del electorado, tanto de un lado como de otro, sitúe a Sánchez a la izquierda de Yolanda Díaz, la estrella comunista emergente.

Pero la suerte del PSOE sería mucho más problemática en caso de una derrota contundente en las próximas elecciones generales. En ese caso, nada improbable, sólo resta ver qué se puede salvar y recomponer con los restos del naufragio del sanchismo. La destrucción del socialismo, que empezó en Andalucía, puede resultar demoledora tras el paso incontrolado de Pedro Sánchez por La Moncloa, donde se ha dedicado a hacer mangas y capirotes a los representantes históricos del partido, sin que nadie se haya atrevido a pararle los pies. Lo que pasó con el socialismo en los países de alrededor –en Francia tras el brillo de Mitterrand, en Italia con Craxi y en Grecia con Papandréu– puede repetirse en España con Sánchez, sucesor del político griego al frente de la insignificante Internacional Socialista. También aquí una izquierda radical y populista se dispone a hacerse cargo de los eventuales despojos.

Salvar al PSOE tras el frustrado experimento del sanchismo se presenta así como una apremiante tarea, que concierne a todos los demócratas conscientes de su importancia para mantener el equilibrio constitucional y la estabilidad política. La dispersión y las divisiones de las fuerzas de izquierda no anuncian nada bueno. Un gran partido socialdemócrata, vertebrador, defensor de la herencia constitucional, incluida la Monarquía parlamentaria, parece un deseo razonable, una obligación. Esto no quiere decir que hay que apoyar el sanchismo en las próximas elecciones para evitar malos mayores; en ocasiones, como dijo Galbraith, hay que estar en el lado correcto y perder.