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BiohacKing, una moda peligrosa

Auto-implantes de chips, amplificadores de señales o nanopartículas hiper-conectivas son algunas de las técnicas que utilizan los bio-hakers para aumentar su potencial biológico

Algunos identifican el biohacking con tomar suplementos de vitaminas, enzimas o minerales dentro de la tendencia DIY (Doit Yo urself, Hazlo Tú Mismo) para tener una mayor inmunidad, pero eso no es en realidad a lo que responde este movimiento muy extendido ya en EE.UU, países europeos o capitales como Dubái, que busca «hackear» la biología humana para aumentar el potencial de las personas hasta convertirlas en ciborg. Ya existe una denominada Fundación Ciborg que promueve el ciborguismo y presta ayuda a las personas que están dispuestas a dar el paso de transformarse en «hombre-máquina», aprovechando los avances científicos a base de implantes que permiten hoy en día actuar sobre enfermedades como la epilepsia, el párkinson, la tetraplejia, o exoesqueletos de movilidad, ojos biónicos y chips transdérmicos de geolocalización. En Suecia insertan implantes en la mano para pagar sin celular ni dinero en efectivo, o el código QR del pasaporte Covid en la muñeca para no tener que utilizar el móvil. Esta tecnología ya existe, igual que las nanopartículas ultraconectivas del óxido de grafeno reducido (GOr), el benceno, el carbino y otros súper-materiales inteligentes de propiedades eléctricas a través de inoculaciones. El empleo de tales sustancias por parte de la ciencia médica da resultados prometedores en diferentes campos, pero el problema llega cuando la gente decide auto-hakearse para ser más inteligente o avanzada que los demás, cosa que ocurre. Fue el caso del pionero de este movimiento, Neil Harbisson, artista británico que se auto implantó una antena en la cabeza para percibir mejor los colores, o el propio Michel Jackson, que consiguió blanquear el color de su piel.

A los colores se refiere la Optogenética, técnica que permite colocar interruptores en las neuronas para encenderlas y apagarlas con inofensivos haces de luz, instalando en el cerebro un«interruptor» de opsinas, proteínas extraídas de ciertas algas o archo-bacterias que responden a la luz. La canalrodopsina, por ejemplo, responde a la luz azul, y permite que las neuronas reciban órdenes y que el cerebelo las cumpla al activarle esa luz azul. El otro «interruptor» lumínico es la halorodpsina, que se enciende con la luz amarilla y silencia la neurona activada previamente. También de luces van la luciferina y la luciferasa, capaces de convertir el cuerpo humano en una especie de luciérnaga que brilla en la oscuridad. Si se inserta esa enzima bioluminiscente en la muñeca en forma de código QR, por ejemplo, se activará en la oscuridad o en presencia de determinado lector con luz opaca, y la persona que lo lleve será ya un perfecto ciborg QR.

Avances tan inimaginables son atractivos para esta corriente de gente que quiere «ciborizarse». Hay laboratorios ilegales que se prestan a tales prácticas, como si de un tatuaje o cirugía estética se tratase. El problema es que no saben lo que se están metiendo ni las consecuencias que pueden tener, pues no siempre son bio-compatibles.