Irene Montero

La rendición de Irene Montero

«Todos coinciden en el objetivo de sustituir la deteriorada marca de Podemos por la de Sumar»

No ha tardado mucho en someterse a la voluntad de Sánchez. La verdad es que no me sorprende, porque era previsible. Algunos analistas, columnistas y politólogos llevan tiempo especulando con la ruptura de la coalición. Es mero voluntarismo. El máximo gesto heroico que autorizaría el gurú Pablo Iglesias sería hacerlo unos días antes de la convocatoria de las elecciones. Ni siquiera un fracaso en las municipales y autonómicas sería un acicate para que tengan un gesto de estas características. A Irene Montero y sus compañeras de partido les mueve la supervivencia, que es un pegamento indestructible. La llamada «ley del solo sí es sí» ha sido una auténtica chapuza, aunque la responsabilidad corresponde colectivamente al Gobierno. Es cierto que el poderoso aparato propagandístico al servicio de La Moncloa lleva semanas dedicado a la contención de daños que se traduce en cargar toda la culpa al alocado sector podemita. A la izquierda mediática ya no les cae bien, por lo menos de momento, Iglesias y sus acólitas. Al final, todo el mundo se cansa de sus excentricidades y salidas de tono. Montero tiene una «discrepancia fuerte» con el PSOE, un término bastante ambiguo, pero está dispuesta a ceder y reformar la ley.

La derrota no puede ser más humillante, pero entiendo a Montero y Belarra porque no quieren abandonar el Consejo de ministros y dejar el camino expedito para Yolanda Díaz, a la que detestan con toda su alma. Por cierto, en esto también están preparadas para rendirse si les asegura algún hueco en las listas de Sumar. La decadencia de Podemos es una realidad objetiva. No hay más que mirar los resultados en Madrid, Andalucía y Castilla y León. Es bueno recordar que las formaciones de la izquierda radical, como sucede con Colau o Baldoví, están con Díaz, porque no quieren saber nada de Iglesias. Es comprensible. Las relaciones son gélidas y en el caso de En Comu Podem les une que están en el gobierno, pero nada más. Todos coinciden en el objetivo de sustituir la deteriorada marca Podemos por Sumar y estar al lado de Yolanda Díaz. Lo mismo le sucede a Pedro Sánchez. En el PSOE están hartos de la frivolidad y activismo irresponsable de las representantes de Podemos. A esto se añade que han conseguido una acreditada fama de vagos. No hay más que ver la ajetreada vida que lleva el desaparecido Garzón.

En Podemos se quejan de que negociaron mal el acuerdo de coalición y que en la próxima legislatura, de ilusión también se vive, impondrán sus condiciones. Es decir, quieren ministerios potentes y condicionar en mayor medida al inquilino de La Moncloa. El panorama es desolador, pero para España. No cabe imaginar un escenario más catastrófico que tener a Vicky Rosell como ministra de Justicia, por poner un ejemplo. Montero podría ser titular de Interior y Garzón de Hacienda. Por supuesto, Iglesias podría tener un ministerio de la Verdad, para controlar a los medios de comunicación, unido al CNI, para que se entretenga, y la presidencia de RTVE, con el fin de que los mensajes sean siempre laudatorios. Afortunadamente, Sánchez tiene las ideas claras y ahora sí sabe que no podría dormir tranquilo con Podemos en el Gobierno. Por eso, la izquierda mediática al servicio de la campaña de reelección está volcada en la vicepresidenta Díaz.

El problema de los planes socialistas son los sistemáticos incumplimientos que se han vivido esta legislatura. Hay mucha gente desengañada en la izquierda, porque no aceptan las cesiones a los independentistas o la triste alianza con los filoetarras. Las «campañas del miedo» siguiendo la estela populista de Iberoamérica tienen poco recorrido. Cualquier gobierno del centro derecha será mejor para España que tener a los comunistas, independentistas y herederos de ETA como aliados preferentes, imponiendo sus condiciones para garantizar la estabilidad gubernamental. Los apologetas del sanchismo advierten de los retrocesos en derechos sociales, como si no estuviéramos en la Unión Europea. Es una estupidez, aunque se insista en ello y me parece, incluso, que sea útil para movilizar a nadie. Nunca con los gobiernos de UCD o luego del PP se han producido retrocesos, sino todo lo contrario. Es verdad que la izquierda muestra un adanismo inconsistente y se apropia de todos los avances, pero muchos españoles han vivido durante los gobiernos del centro derecha y saben muy bien que no es cierto.

La economía es otro de los factores importantes, pero interpretar que no estamos sumidos en una crisis de deuda soberana gracias al Gobierno es, simplemente, una interpretación alienígena. Los españoles conocen los esfuerzos de la UE y el BCE para impedir una situación parecida a la que dejó el PSOE en 2011. Me alegro, porque es bueno para España. La economía crece porque estamos dopados. No es fácil superar el desgaste que suponen los aliados. Los votantes socialistas defraudados, conozco algunos, han dado la espalda al Gobierno precisamente por los incumplimientos y sus socios. No les gustan y rechazan cesiones como la sedición y la malversación. Es cierto que Moncloa es optimista y cree que podrá convencerlos, pero es un mero ejercicio de voluntarismo.

La clave está en lo que suceda en las autonómicas, porque la debacle de Podemos puede provocar que el PSOE no consiga sumar en comunidades y municipios en detrimento del centro derecha. No hay duda de que tiene un suelo y que la generosidad presupuestaria le permita aguantar, pero parece evidente que no lo hará con la suficiente intensidad como para compensar el retroceso de las acólitas de Iglesias. Y, además, en el PP tienen muy claro cuál es la línea de su estrategia para desgastar a Sánchez y desbaratar las campañas del miedo. Se tiene que limitar a repetir los fracasos y carencias de la legislatura, así como advertir de la catástrofe de repetir la coalición y las alianzas.

Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)