Periodismo

Artificios

La exposición continua que contemplamos en influencers, youtubers, tiktokers, se ha normalizado y ahora es una profesión

Disculpen si buceo en las procelosas aguas de la prensa rosa o, al menos, si las rozo con la mano que me queda libre cuando acaba el traje de neopreno. El otro día, mientras se presentaban los Carteles de San Isidro en Las Ventas, dos reporteras se enzarzaron. Las dos trabajan para la misma cadena, pero para distintas productoras. Vds. ya saben que los canales (en mayor o menor medida) subcontratan parte de su programación a empresas dedicadas a poner en marcha formatos concretos y dárselos hechos a las televisiones que se ahorran la contratación del personal que saca adelante esos programas. No son productos baratos, pero son más livianos en los Juzgados de lo Social para las grandes empresas emisoras.

Estas dos reporteras tienen bastantes cosas en común: Presumen de licenciatura en periodismo, dedican mucho tiempo a cuidarse físicamente, basan su ocio en frecuentar locales de moda, se relacionan con famosos, y gastan mucho rato a diario en sus redes sociales. Una de ellas lleva tres bajas en un año por cuestiones psicológicas y la otra sigue soportando una presión que a cualquiera de nosotros nos parecería el peor de los castigos.

Este es el ejemplo de un ejercicio muy peligroso que se ha convertido en un modo de ganarte la vida por la vía rápida pero que te puede costar la salud. La exposición continua que contemplamos en influencers, youtubers, tiktokers, se ha normalizado y ahora es una profesión. Ojo, que no estoy diciendo que esto no pueda ser así, pero la privacidad es un tesoro tan extraordinario que me entristece observar cómo mucha gente la pierde sin conocer los riesgos extraordinarios que supone exhibir a tus amigos, a tus hijos, tu casa, tus estados de ánimo o tus debilidades y transformarlo en una profesión.

Oigan, yo igual es que soy una antigua y me deberían jubilar por viejuna, pero no envidio ni un poquito a todos esos muchachos y muchachas con millones de seguidores, obligados a seguir en una rueda de hámster, jugando hasta la madrugada sin levantar la mirada de un ordenador, mostrando sus lágrimas, sus armarios, su comida y sus vidas de colorín. Vivimos en un mundo que premia lo absurdo, los sueños baratos y las gorras al revés. ¿Lo ven? Me estoy haciendo muy mayor.