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Tribuna

Alemania y el dilema europeo

A Alemania le tocará la dura tarea de tratar de devolver a las instituciones comunitarias a la centralidad y a la racionalidad política

Alemania y el dilema europeoRaúl

Los problemas políticos que padece actualmente Alemania son, en esencia, los mismos que aquejan al conjunto de los Estados miembros de la Unión Europea. El visible deterioro socioeconómico del país, el auge de las fuerzas reaccionarias y la apropiación acrítica de los partidos del establishment de la agenda geopolítica anglosajona –de la que hoy Trump parece renegar– han terminado por hacer mella en la credibilidad política no solo de Alemania, sino de todo el conjunto de la UE.

Como consecuencia del desarrollo de la guerra en Ucrania, los Estados miembros y las instituciones comunitarias afrontarán un proceso de irrelevancia internacional. El actual contexto mundial los aboca, además, a disquisiciones geopolíticas para las que ni Alemania ni las principales instituciones comunitarias tienen una estrategia que ofrecer a los europeos en estos momentos.

Mención especial cabe hacerle a la Comisión Europea. No hay duda de que esta institución ha sabido llenar de manera eficaz los espacios generados por la fragilidad política y parlamentaria de no pocos Estados miembros para avanzar en su ambición política. Sin embargo, en su pretendida voluntad geopolítica, esta no ha sido capaz de aportar valor añadido (positivo) en ninguno de los escenarios sensibles próximos a las fronteras exteriores de la UE. Con independencia de si la Comisión ha sobreestimado o no sus capacidades como actor, la percepción es que en materia de geopolítica esta ha actuado motivada por criterios de afinidad ideológica y ajena a la racionalidad política. Así lo indican, por ejemplo, las contradicciones expresadas por esta institución en el Este de Europa y en Oriente Medio. La divergencia de enfoque de la Comisión se ha extendido incluso al trato brindado a los Estados miembros. En el caso de Polonia y Hungría, dos países igual de reacios a la hora de dar cumplimiento cabal a la normativa comunitaria, la diferencia de trato es notoria.

La indulgencia de la Comisión hacia Varsovia no se compadece con la intransigencia que muestra con Budapest. Una de las razones que explican esta diferencia es que Polonia se ha destacado, en consonancia con la visión estratégica de la Comisión, como un país beligerante ante la invasión de Rusia a Ucrania, mientras que Hungría ha sido un actor neutral. En términos generales, la Comisión y los países comunitarios del Norte y del Este han logrado, en lo que se refiere específicamente a Rusia, que su criterio prevalezca. En muchos casos, en contra del criterio y de los intereses nacionales permanentes de algunos Estados miembros. Lo cierto es que, de manera coordinada, la OTAN y la UE han impuesto a sus miembros un consenso político dirigista, que ha tenido más de camisa de fuerza que de democrático.

Aunque este marco ya no es sostenible, la Comisión se empeña –en vísperas de un eventual arreglo en Ucrania– por la estrategia del miedo, infundiendo temor de manera deliberada en las poblaciones europeas, con el objetivo de obtener la necesaria justificación política para que los Estados miembros lleven a cabo un proceso de rearme. Si en la guerra en Ucrania la Comisión ha demostrado, primero, un pésimo desempeño político-diplomático; ahora muestra que carece de un plan serio y creíble para el postconflicto.

Lo más inquietante de todo es que el hipotético proyecto que para Europa puedan tener Francia y Reino Unido, las dos potencias militares europeas, tampoco resuelve el dilema de la seguridad y la defensa de la UE y de Europa. Dado el nivel de implicación de París y Londres en la guerra en Ucrania, no habría que subestimar el interés de estos dos en empujar al conjunto de los europeos hacia una escalada belicista, con tal de garantizar la permanencia de EE. UU. en Europa.

Al futuro gobierno alemán de Friedrich Merz le hará falta mucha más determinación que la mostrada por Olaf Scholz. La humillación pública a la que Joe Biden sometió a este, prometiendo en rueda de prensa conjunta que interrumpiría los gasoductos de Nord Stream, si Rusia invadía Ucrania, le ha salido cara a Alemania y al resto de la UE. Este curso de acción no es entendible si no se tiene en cuenta previamente la subordinación comunitaria al enfoque geopolítico anglosajón, el artificial desplazamiento del eje de poder del centro hacia el noreste y la preponderancia de la Comisión frente a los Estados miembros. Estos tres factores han caracterizado a la UE en los últimos años.

No hay atajos militares para resolver el dilema comunitario. A Alemania le tocará la dura tarea de tratar de devolver a las instituciones comunitarias a la centralidad y a la racionalidad política. Esto pasa por recomponer, llegado el caso, el marco de las relaciones bilaterales con Rusia y trabajar en la dirección de una ostpolitik ampliada al conjunto de la UE. La centralidad y la racionalidad política son la mejor disuasión.

Youssef Louah Rouhhoues analista de asuntos internacionales.