Las correcciones
Assange, escucha, el periodismo es otra cosa
Ningún periodista o editor serio publicaría los nombres de sus fuentes ni obtendría información por canales ilícitos
Jonathan Franzen considerado por muchos, entre los que me incluyo, como el gran novelista americano (con perdón de su malogrado mejor amigo David Foster Wallace) reflexiona en su novela Pureza sobre las similitudes entre el gran hermano de Internet y la vigilancia masiva de la Unión Soviética. Andreas Wolf, uno de sus principales personajes, es un pirata informático que dirige un portal digital llamado Sunlight Project. La figura de Wolf no puede desligarse de la sombra de Julian Assange y su organización WikiLeaks. En un pasaje de la novela llega a describir a su personaje como «un autista megalómano asqueroso sexual». Assange fue acusado por dos mujeres suecas por violación y agresión sexual en 2010.
El fundador de WikiLeaks es una figura divisiva y, como explicaba en estas páginas el profesor emérito del Departamento de Medios de la Universidad de Londres, Tim Crook, la reputación del activista australiano depende del color del cristal con el que se le mire. Para unos, un icono de la libertad de prensa y el derecho a la información; para otros, un propagandista antioccidental al servicio de los regímenes autoritarios como Rusia. Julian Assange tiende a presentarse a sí mismo como un abanderado del periodismo de investigación en la frontera digital. Alan Rusbridger, ex director de «The Guardian» afirmó que la aparición de WikiLeaks marcó el inicio de una «nueva era de transparencia». «The Guardian» fue uno de los medios internacionales que colaboró con WikiLeaks para editar los secretos de las guerras de Irak y de Afganistán filtrados por la soldado Chelsea Manning y retirar los nombres de las fuentes para protegerlas. Pero después, Assange rompió con los medios tradicionales, y publicó en bruto 250.000 cables diplomáticos. Ningún periodista serio haría eso. «No hay lugar para el pirateo ilegal y la publicación de información privada en la esfera digital», subraya el profesor Crook.
Independientemente de estar a favor o en contra, Assange no puede considerarse un periodista de investigación. WikiLeaks publicó los nombres de más de 100 afganos que pasaban información sobre los talibanes a los servicios de inteligencia occidentales. Estos confidentes tenían todo el derecho a esperar que sus identidades nunca fueran reveladas. Muchos quedaron expuestos tras el regreso al poder de los barbudos en agosto de 2021. Pero su historial no termina aquí. En 2011 WikiLeaks puso en peligro la operación de los Navy Seals para asesinar a Osama bin Laden en Pakistán con la publicación de información confidencial. Y en 2016 filtró en plena campaña presidencial emails del Partido Demócrata que había sufrido un ciberataque ruso. Assange no ha sido perseguido por la Justicia estadounidense por sus ideas sino por sus acciones. Ha pasado siete años encerrado en la Embajada de Ecuador en Londres y cinco en una cárcel de máxima seguridad también en Reino Unido. Assange ha pagado un alto precio, pero él es el único responsable de sus desgracias. Exempleados de WikiLeaks le describen como un alguien volátil e inestable. Podía actuar como un CEO, eficiente y decisivo, o como un niño mimado. Assange ha regresado a Australia tras una intensa batalla legal, pero su puesta en libertad (que no es una exoneración) no es una victoria sino el resultado de una justicia garantista en un Estado de derecho.
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