Tribuna
La cercanía de la yihad católica
«Dios lo quiere» dijo el Papa a un pueblo fanatizado que tomó las armas para peregrinar a Jerusalén
Urbano II proclamó la yihad católica en 1095, en el Concilio de Clermont. Llamó a los fieles a reconquistar Tierra Santa. Fue la Primera Cruzada. A la que seguirían siete más, a cuál más mortífera. «Dios lo quiere» dijo el Papa a un pueblo fanatizado que tomó las armas para peregrinar a Jerusalén y pasar a cuchillo a los musulmanes que habían tomado el lugar más sagrado de los cristianos. Y así fue como miles y miles se fueron a guerrear en misión divina.
Por el largo camino aprovecharon para ensayar la carnicería con las comunidades judías. Sobre el pueblo de Israel pesaba desde hacía seis siglos la acusación de deicidas, formulada por Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla. Esto es, responsables del asesinato de Dios. Lo que los convirtió en objeto de una estigmatización sin límites. Aunque cabe decir que hay quien –aunque marginalmente– ha mantenido la maldad que los asesinos fueron catalanes, soldados que supuestamente se trajo Poncio Pilatos de la Tarraconensis tras ser designado Gobernador de Judea.
La Primera Cruzada también se cebó con los cristianos ortodoxos cuando llegaron a Bizancio. Tampoco se salvaron de la furia católica (y Papal) los cristianos que residían en Jerusalén con los que los cruzados celebraron una orgía de sangre. Con sumo ardor guerrero nuestros cruzados hicieron como Simón de Monfort cuando asaltó la ciudad cátara de Carcasona. Mataron a todos sin distinción. Tras la salvajada, al Conde de Monfort le preguntaron cómo distinguió a cristianos de herejes. Y éste respondió: «A todos se los mandé al Señor, él sabrá distinguir a los verdaderos cristianos de los herejes».
Desde entonces, con mayor o menor intensidad, se ha seguido evocando a Dios para guerrear.
También quiso Dios que Francisco Franco fuera el Caudillo. Aún guardo en casa alguna moneda de cinco pesetas que atestigua que Franco fue «Caudillo de España por la Gracia de Dios». El cardenal primado de Toledo, Enric Gomà, catalán como el otro cardenal (Vidal i Barraquer) simboliza ese compromiso de la Iglesia con Francisco Franco, el golpe de estado y la guerra que se desató. Su lenguaje no podía ser más explícito sobre el carácter divino de la guerra. El 13 de agosto de 1936 mandó al Papa un primer «Informe acerca del levantamiento cívico-militar de España de julio de 1936». El encabezamiento era en sí mismo toda una declaración de principios. Gomà llega a citar el caso de la carlista Navarra: «todos consideran la actual contienda como una Guerra Santa. Nadie sale al frente sin confesar ni comulgar». El Cardenal Gomà advertía al Papa que de no intervenir Franco «el triunfo de la República hubiera traído consigo la implantación del comunismo». Y acto seguido declara su pasión por quien «tiene mejores antecedentes, el Generalísimo Franco, católico práctico de toda la vida» y que va a ser «un colaborador de la obra de la Iglesia desde el alto sitio que ocupa».
Mientras el exiliado Cardenal Vidal i Barraquer rogaba ante el Papa que mediara por la Paz, el primado Gomà fue a lo suyo en su tenaz voluntad de forzar al Papa a mojarse. Llegándole a recomendar que se abstuviera de mediar para poner fin a la guerra. Los dos bandos querían exterminarse mutuamente, le decía el cardenal al Papa, y había que tomar partido por uno. Claro está que por el bando con el que estaban Dios y los buenos católicos.
Por cierto, que el presidente catalán Lluís Companys salvó in extremis al republicano cardenal Vidal i Barraquer de las manos asesinas de los llamados incontrolados. Y lo evacuó a la Italia fascista de Mussolini para salvarle la vida. La paradoja no puede ser más espeluznante.
Luego de las repetidas misivas privadas al Papa, el cardenal Gomà dejó públicamente clara su posición en repetidas pastorales bautizando la sublevación franquista como Cruzada Nacional.
Aunque en ese punto casi puede decirse que fue un moderado para los aires integristas que corrían muy mayoritariamente entre la jerarquía católica. Gomà fue superado en vehemencia por el obispo de Salamanca, el también catalán Pla y Deniel, cuando el 30 de septiembre de 1936 aseguraba «Reviste, sí, la forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una Cruzada. Fue una sublevación, pero no para perturbar, sino para restablecer el orden [...] Ya no se ha tratado de una guerra civil, sino de una Cruzada por la religión y por la patria y por la civilización».
Sergi Soles periodista.
✕
Accede a tu cuenta para comentar