Tribuna

A cien años del manifiesto

Primo de Rivera liquidó, intentando reconducir un contexto de agitación social y un recurrente separatismo, los 49 años de aquella Restauración de 1874 que encabezó otro general, Martínez Campos

A cien años del manifiesto
A cien años del manifiestoBarrio

«Dios tenga de su mano a los hombres inconscientes que rigen España e ilumine la atmósfera negra que rodea las alturas. Su clara inteligencia y el espíritu independiente de V. pueden contribuir a ello». (Puig de Cadafalch a Primo de Rivera. 3/V/1923).

«Ver como salen de las escuelas legiones de individuos llenos de odio a España, con el deseo de sacudirse lo que ellos llaman yugo y como de allí se da instrucción militar con el propósito de prepararse para el caso de ruptura...» (Burgos y Mazo. Senado 19/VI/1923.

«Para combatir las tendencias nacionalistas, Madrid ha excitado el sentido de la reivindicación obrera y provocado incluso el terrorismo mismo». (Lluis Duran i Ventosa. Senado 21/VI/1923).

«No solo me dirijo a los catalanes de las cuatro provincias sino también a los de los antiguos reinos de Valencia y Mallorca, del Rosellón y Cerdeña, subrayando que estamos rodeados de enemigos, pues como tales los Gobiernos nos tratan». (Puig y Cadafalch. 29/VIII/1923).

«Primo de Rivera consideraba con amor y respeto la lengua, la bandera y las costumbres catalanas; protegía el Somaten y sostenía cordiales relaciones con el presidente de la Mancomunidad y especialmente con el alcalde de Barcelona el Marques de Abella». (Cambó).

«Ha llegado a nosotros el momento más temido que esperado de atender el clamoroso requerimiento de cuantos amando a la Patria, no ven para ella otra solución que liberarla de los profesionales de la política, de los que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que amenazan España con un próximo fin, trágico y deshonroso». (Miguel Primo de Rivera. Madrugada del 13 septiembre 1923).

«La única dulzura de un año amargo». (Cambó respecto al Manifiesto).

Ligado yo al Ejército desde los 18 años, con formación básica en las Academias de Zaragoza y Toledo y desarrollo profesional en unidades paracaidistas y cursos de Estado Mayor en España y Francia, profesor de táctica como comandante en la propia Escuela de Estado Mayor y en la Superior del Ejército como General de Brigada, es lógico que estudiase las campañas de Marruecos del primer tercio del siglo XX, con sus trágicos episodios de Annual y Monte Arruit. Pude analizar, originales en mano, tanto el informe Picasso, como las actas de aquel Consejo Supremo de Guerra y Marina que presidía el general Aguilera. Con ellos, todas las derivadas políticas, militares, humanas, económicas y sociales de aquella guerra, a las que se había unido la conmoción social y sindical que representó la Revolución rusa de 1917 y las también consecuencias de la Primera Guerra Mundial –separatismos incluidos–que asoló Europa y de la que España se libró, mérito indiscutible de nuestros gobernantes de entonces.

De aquel 1917 arrancan las Juntas Militares de Defensa que acabaron siendo un factor de dislocación de la debida unidad y disciplina de nuestro Ejército: un doloroso cáncer. Profundicé con enorme preocupación en las causas de aquellos acontecimientos, que provocaron caídas de gobiernos, Comisiones de Responsabilidades teñidas de «pasiones tendenciosas» especialmente las de la Segunda República (Ley 26 agosto 1931) que cargó duramente contra Alfonso XIII.

Mi propia carrera profesional me llevaría a la Capitanía General de Barcelona en la que lanzó su manifiesto Primo de Rivera y más tarde al Palacio de Buenavista de Madrid, sede histórica del Ministerio de la Guerra, muy ligado al Consejo Supremo de Guerra y Marina, sede también del Estado Mayor Central del Weyler de la guerra de Marruecos.

Primo de Rivera liquidó, intentando reconducir un contexto de agitación social y un recurrente separatismo, los 49 años de aquella Restauración de 1874 que encabezó otro general, Martínez Campos. Al fracasar en el intento (1) siete años después, arrastraría a la propia monarquía de Alfonso XIII, que sufrió no solo atentados propios sino, además, los que causaron la muerte a tres de sus jefes de gobierno.

El tema ha sido ampliamente tratado aun con diferentes ópticas, cumplidos los cien años.

Destaco por la profundidad de su estudio, el reciente trabajo de Roberto Villa (2). Su mejor aportación: la penetración en el nacionalismo catalán y el testimonio más objetivo de cómo informan a sus gobiernos los embajadores de Francia, Defrance; Reino Unido, Howard; Italia, Paulucci di Calboni y muy especialmente el de Portugal, Joao Carlos de Melo. (3)

Jorge Vilches le dirá al historiador en estas mismas páginas: «Al leer tu libro, uno ve la quiebra del sistema de partidos, el papel del Rey y de los nacionalismos en 1923 y tiene vértigos pensando en la España de 2023».

(1) Incluida una amnistía en 1924 imagino hoy, en profundo análisis. (2) «1923. El golpe que cambió la Historia de España», Espasa. (3). Calificaba de diletante a nuestra clase política, cuando incluía a Portugal en una hipotética confederación Ibérica.

Luis Alejandre Sintes es general (r).