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Editorial

La ciudad y el mundo con el Papa Francisco

Muchos de los mandatarios más poderosos del planeta honraron la figura y la obra del Pontífice

La prodigiosa Plaza de San Pedro de Roma fue de nuevo testigo de otro acontecimiento extraordinario en la historia de la humanidad, esta vez en el primer cuarto del siglo XXI, como lo fue de tantos otros recogidos en los anales de la cristiandad. Allí se dieron cita buena parte de los jefes de Estado y de Gobierno del planeta para corresponder con su presencia y respeto a la figura y a la obra del Papa Francisco, fallecido el pasado 21 de este mes de abril. Junto a esa manifestación de consideración y deferencia de muchas de las personalidades más poderosas del orbe, brilló el amor de los creyentes y la admiración de gentes de toda condición que reconocieron en el Santo Padre desaparecido al pastor de almas que siempre quiso ser. Resultó, en efecto, la mayor cumbre de mandatarios internacional de los últimos años en un acto de incomparable y rotundo reconocimiento a Jorge Mario Bergoglio, pero también a la magnitud y entidad de la fe católica, la Iglesia y los 1.500 millones de personas que la profesan hasta en los rincones más recónditos de todos los continentes. Políticos de todas las razas, credos e ideologías compartieron el deber, la justicia y la necesidad de honrar a este sacerdote que nació argentino y que ha muerto universal en su abrazo a la eternidad. En el corazón del reino de la cruz líderes enfrentados y enredados en tiempos de máxima tensión, crisis, hostilidad e incluso beligerancia ensalzaron la empresa y el legado de Francisco y su compromiso con la misericordia, la fraternidad, la bondad y la generosidad de una Iglesia que persiguió ejemplar y transparente con la entrega absoluta al necesitado, al desfavorecido y al excluido, fiel al mensaje de Jesús y al testimonio y guía del Evangelio. Esa voluntad de tender la mano y convencer es la de una Iglesia que está llamada más que nunca a ser faro de concordia, puente para el encuentro entre aquellos que tensan de un lado y del otro. La palabra conciliadora y de concordia del Papa, pero también de apremio y reprimenda, se dirigió en vida a muchos de los que ocupaban el lugar designado por el protocolo y la liturgia vaticanas en la Plaza de San Pedro y resonó ayer en espíritu y memoria con el Santo Padre yaciente como el testamento indeleble que predicar para que escuche quien quiera escuchar y entienda quien quiera entender. Estaba convencido Francisco de que una «tercera guerra mundial por fascículos» se cernía sobre el mundo multipolar y embestía con fuerza contra el bienestar y el futuro de las personas. No sabemos si cómo algunos presagian el fallecimiento del Papa de la misericordia, de magisterio social incuestionable, nexo entre diferentes, ya sean culturas, sociedades o religiones, no exento de contradicciones y equivocaciones, bajará el telón de ese mundo moderno que hemos conocido y que dicen se nos escapa de las manos camino de no sabemos dónde. El nuevo orden internacional que se anuncia arribará acompañado de incertidumbre, angustia y peligro. Francisco intentó preparar a la Iglesia para ese valle de sombras como el faro que ilumine y disipe las vacilaciones y los miedos con el mensaje de esperanza y fe frente a la adversidad. Como salvedad, y excepción, una nota doméstica que tenemos que considerar y denostar. Se consumó la ausencia de Pedro Sánchez en la delegación encabezada por los Reyes. Sin justificación solvente y confesable, el plantón prueba que carece del mínimo respeto no solo por el jefe del Estado y por los españoles, sino también por la institución de la Presidencia, de la que, más que titular, se considera dueño y señor. Un desplante lamentable para una jornada histórica en la ciudad eterna que respira una atmósfera densa y quieta mientras aguarda la fumata blanca. Francisco, en fin, pronunció muchas veces la bendición Urbi et Orbi. Ayer, la ciudad y el mundo se entregaron a él.