Violencia de género

A mi manera

La Razón
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El caso de Juana Rivas cada día que pasa se complica más. En la carta, que ha difundido justificando por qué no entrega a sus dos hijos, explica cómo es que no se separó de él antes: para tratar de entender a una mujer que sufre maltrato debe tenerse en cuenta que su autoestima está enferma, desarticulada –de lo contrario, no permitiría ni un uno por ciento de lo que aguanta. La forma de protegerse de la mujer maltratada es disfrazar, tergiversar y/o negar la realidad–.

El contenido, excepto en la crítica a la psicóloga del Juzgado por no estar colegiada –no hace falta. Es funcionaria del Estado–, es verosímil. Moralmente la comprendo y puedo empatizar con ella. Empero, respecto del retener a los niños alegando que es por su bien, ¿qué diríamos si, en vez de Juana, fuese Juan? A buen seguro que estaríamos criticando duramente su proceder. Su historia debe ser verdad pues, de no serlo, no hubiese llegado tan lejos. O, ¿precisamente, porque no lo es, sigue escondida? Sólo ella sabe la verdad. ¿Cuánto más va a estar huida? ¿Lo estará hasta que la Justicia acepte proceder como ella considera que debe hacerlo? A partir de ahora, ¿debemos proceder así cuando no estemos de acuerdo con una sentencia judicial? Soy rebelde y digo «no» a las injusticias.

Estoy y estaré de la parte de la persona maltratada –sea hombre o mujer–. Si bien, de ser juez, no sé qué sentencia hubiese dictado. Para llegar a una conclusión, hay que analizar exhaustivamente la información y considerar hasta la más descabellada de las hipótesis. ¿Nadie piensa en cómo los niños estarán viviendo esta historia que los padres no han sabido liderar como adultos, ni en las secuelas que les quedarán? Lamento que sean las víctimas inocentes de todo este despropósito.