Reyes Monforte

Abran los ojos

Londres parece haberse convertido en un escenario complicado para la infancia. No lo digo sólo por el caso masivo de abuso de menores conocido ayer en South Yorkshire o por la condena el pasado julio de un conocido presentador de televisión por abuso a menores o por la posible red de pederastia en el Parlamento británico en los 80, que el Gobierno inglés se comprometió a investigar, sino también por la desaparición y asesinatos de menores, casi todos de origen africano y caribeño, víctimas de las mafias del tráfico de seres humanos para su explotación laboral y sexual e incluso algunos especializados en la captación de los menores para utilizarlos en sacrificios rituales. Son diferentes realidades pero todas unidas por un denominador común: los protagonistas son los más débiles, los más inocentes: los niños. Ya es repugnante pensar que un niño pueda sufrir abusos, de cualquier tipo, así que que hayan sido más de 1.400 es sencillamente inmundo. Niños secuestrados, violados, golpeados y usados como mera mercancía carnal. Por supuesto que los culpables son los que perpetraron semejante ignominia, que escapa a toda comprensión humana. Pero hay más responsables. La inacción de las autoridades es tan reprochable como la ambigüedad de la que suelen hacer gala y que debería tener consecuencias incluso legales. El documento que ha recogido esta realidad confirma que protección de menores conocían un tercio de los abusos cometidos y que si las autoridades se hubieran preocupado menos por sus agendas y sus prejuicios, muchos de estos casos se hubieran evitado. No estamos hablando de uno ni de dos casos. Esta realidad no podía estar tan escondida, pero para verla había que abrir los ojos y no mirar hacia otro lado.