María José Navarro

Cainismo

Año tras año una espera que con el verano y la tranquilidad el españolito medio se relaje en su secular odio cainita, y año tras año se da de bruces con la realidad. Ni con el relax ni con las moscas, ni si quiera ahora que los ingleses y el Peñón son excusa para encontrar enemigo común al que hacer rabiar conseguimos no discutir. Siempre la misma división profunda, la confrontación irresoluble, el odio atávico. ¿Hablamos de los Azules y los Blancos de Lorca? Peor aún, oiga, peor aún: de los partidarios de la cerveza y los del tinto de verano, esas dos facciones irreconciliables del atlas humano patrio. En verano se reúnen hermanos de armas que no se ven en todo el año, más que en el chiringuito, y la emprenden contra los rivales. Para unos, nada como la cerveza fría de esa que el primer trago casi duele en la garganta. Para otros, ésta no tiene comparación con un vaso frío lleno de hielos, vino y gaseosa. ¿He dicho gaseosa? ¡Ojo ahí! No todo es armonía en el bando tintoveraniego: hay quien prefiere el tinto con limón y esto provoca no pocas trifulcas internas. El bando rival cervecero mira a sus rivales con satisfacción, sabiendo que en la división está la victoria. Pero su caso es, si cabe, más complicado. Entre los cerveceros están claros los clanes, fieles a la marca de su tierra, e incluso éstos se fragmentan entre quienes beben directamente de la botella y quien prefiere la de grifo y, entre estos últimos, los partidarios del vaso de caña y los intransigentes bebedores en vaso de tubo. Ni por esas, oiga, ni por esas.