Carlos Rodríguez Braun

Carrillo, el zorro rojo

La Razón
La RazónLa Razón

He leído, gracias a mi amigo Daniel García Pita, la reciente edición aumentada y actualizada de «El zorro rojo. La vida de Santiago Carrillo», del historiador e hispanista británico Paul Preston. Los españoles de hoy recuerdan a Santiago Carrillo, que murió en 2012 homenajeado por doquier en tanto que ejemplar y moderado héroe de la Transición, como un inteligente estadista que colaboró con la convivencia en nuestro país, y con la superación de la Guerra Civil. Sobre esto diré algo después, pero lo crucial en el retrato de su personalidad es que Preston muestra a Carrillo como carente de escrúpulos y sinceridad. No dedica demasiadas páginas al episodio más conocido de su acción en aquellos años, pero deja claro que mintió, y subraya su «plena participación» en las matanzas de Paracuellos del Jarama de 1936.

Su vida ulterior fue asimismo tortuosa. Después de la guerra también fue cómplice de asesinatos, purgas estalinistas y traiciones, mientras propagaba «nauseabundas mentiras». Repitió la estrategia en sus maniobras contra Jorge Semprún y Fernando Claudín, en las que «manipulaba descaradamente la historia».

Sus jóvenes críticos insistían en que la España de los cincuenta no era la de la guerra, en la que el franquismo contaba con respaldo popular y en la que la economía mejoraba. Había que ajustar el mensaje del PCE. Ello guarda relación con las consignas marxistas, conforme a las cuales el socialismo tenía que surgir sólo tras un capitalismo avanzado; así se entiende el libro de Lenin, «El desarrollo del capitalismo en Rusia».

Las ideas de los represaliados fueron incorporadas después por Carrillo en el proceso que lo llevó a convertirse, como reza el título del último capítulo del libro, «De enemigo número uno a tesoro nacional». Un destacado represaliado, Javier Pradera, habló de un «plagiario saqueo». (Abro aquí un paréntesis autobiográfico. Así como una persona decente nunca olvida su primer amor, todo escritor siempre recuerda a su primer editor. El mío fue, precisamente, Javier Pradera, que tuvo la entrañable osadía de publicar mi primer libro, «La cuestión colonial y la economía clásica», hace casi treinta años, cuando dirigía Alianza Editorial. Toda mi gratitud hacia él, por desgracia ya fallecido, y para mi amiga María Cifuentes.)

Santiago Carrillo tuvo tropiezos en su última época dorada. Ante todo por el auge del nuevo PSOE de Felipe González, que llevó a que los comunistas, rodeados de multitud de cantantes, intelectuales y artistas, obtuvieran un resultado electoral inferior a lo que se había anticipado. Pero también por la lúgubre verdad que contaría Jorge Semprún en la «Autobiografía de Federico Sánchez», sobre la falsificación del líder comunista para presentarse como demócrata, y la insinuación de que la muerte de Julián Grimau fue «en cierta medida consecuencia de la irresponsabilidad de Carrillo».

La astucia del zorro le conviene a él, pero no a quienes le rodean. Concluye Preston sobre Carrillo: «Su ambición y la rigidez con la que la puso en práctica malbarataron los sacrificios» de numerosos militantes antifranquistas.