Cataluña

Cinco diputados vascos

La Razón
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De la misma manera que un movimiento circular genera una fuerza centrífuga hacia fuera y, al mismo tiempo, otra centrípeta hacía dentro, la globalización ha generado la ruptura de fronteras, la internacionalización del consumo y la circulación libre de capitales, es decir, la homogeneización de las costumbres, pero, por otra parte, ha representado una agudización de las diferencias de tipo étnico y cultural.

El origen de ambos fenómenos ha sido el mismo, la crisis de los estados-nación en la década de los ochenta y noventa del siglo XX.

Solo esto puede explicar la efervescencia de los nacionalismos en toda Europa. La fractura de los tories en Inglaterra, el auge de la extrema derecha austriaca, holandesa o francesa y los nacionalismos periféricos como el catalán en España son diferentes ángulos del mismo proceso.

Los movimientos independentistas no solo han aprendido a convivir con lo que se ha llamado mcdonalización de la sociedad, sino que se han alimentado de él. El origen está en la necesidad de tener una identidad cultural frente a la uniformidad que la mundialización supone.

En esa clave debería entenderse la pervivencia de los decimonónicos partidos nacionalistas. El nacionalismo catalán o vasco ya no tienen que enfrentarse a un Estado centralista que aplaste su lengua o su hecho cultural y tienen niveles de autogobierno tan elevados que es difícil profundizar en esa vía, solo queda por descentralizar el poder judicial y la caja única de la Seguridad Social y eso sería algo así como arrancar el corazón de cuajo al país.

Todo el mundo, y especialmente Europa, observan con una mezcla de inquietud y curiosidad el conflicto catalán dejando olvidada la situación en Euskadi. Sin embargo, cuesta pensar que un PNV más fuerte que nunca haya abandonado su máxima de alcanzar la independencia, porque de ser así, no tendría sentido su propia existencia.

De hecho, no hay que perder de vista su evolución, han sido más inteligentes que los soberanistas catalanes. No solo han cuidado su imagen estableciendo un cordón sanitario con el conflicto territorial, sino que han evitado la ruptura entre las dos almas que conviven en su seno: pragmáticos y soberanistas.

Pero la forma de alcanzar la paz no ha sido el abandono de la reivindicación de la autodeterminación, sino que han logrado un equilibrio táctico entre ambas posiciones. El Lehendakari y el presidente del PNV son conscientes del rechazo de las instituciones europeas a los separatismos y de la impopularidad que en estos momentos tendría agitar esa bandera. Su posición pública es moderada y de entendimiento con el gobierno de España, antes con el PP y ahora con el PSOE, y de acuerdo con los socialistas vascos.

Pero han encontrado un hueco en el enrevesado momento político que vivimos para sacar a la luz un borrador de Estatuto de Autonomía reformado. El documento, que no deja de ser una propuesta, contempla el derecho a decidir, un referéndum y el aburrido tema de la nacionalidad. Es decir, ha revivido el difunto Plan Ibarretxe.

Sin embargo, el PNV se ha sofisticado respecto a los tiempos que le llevaron a perder el gobierno vasco. Ahora combaten en dos frentes: uno público, de cara amable y otro por debajo de la mesa, con Bildu y el separatismo vasco. Además, ellos sostuvieron al Sr. Rajoy y ahora sostienen al Sr. Sánchez, nunca 5 diputados fueron más rentables.

Con esta nueva versión del PNV más inteligente y astuta, pero con los mismos objetivos y con Cataluña sin solución a medio plazo, evitar elecciones generales anticipadas es como vivir con una bomba atada al pecho.