Carlos Rodríguez Braun

Cuatro delirios económicos

La Razón
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Parece que tiene influencia en el régimen venezolano un economista español, llamado por Maduro «el Jesucristo de la economía» nada menos. Es Alfredo Serrano, al que sin duda habrá que leer, porque promete como autor de un título tan enjundioso como: «El pensamiento económico de Hugo Chávez», nada menos. De momento me limitaré a don Luis Salas, el nuevo ministro de Economía bolivariano. Mencionaré cuatro gansadas totalitarias de este delirante Kicillof caribeño que recogió el periodista Roberto Deniz en runrun.es, en un justamente alarmado artículo que empezaba con este ruego: «¡Dios nos agarre confesados!» (https://goo.gl/NaTrsa).

Primera: «La guerra económica es la reacción del sistema capitalista para conjurar el germen socialista que lo amenaza». Si la guerra es un viejo combustible legitimador del poder y desactivador de la resistencia ciudadana, los bolivarianos la esgrimen como una bandera económica. Así, si los trabajadores venezolanos no tienen alimentos, ello no es por culpa del frenético intervencionismo chavista, sino de la «burguesía parásita», lo que realmente es asombroso, porque la burguesía está interesada en vender productos, no en que no haya nada que vender.

Segunda: «La inflación no existe. No tiene mucho sentido seguir hablando de inflación y escasez cuando de lo que estamos hablando es de especulación, usura y acaparamiento». La mentira populista en todo su esplendor. Lo que los venezolanos sufren todos los días, es decir, una de las inflaciones más altas del mundo, según el flamante ministro de Economía, es una cosa que no existe, y si existe es culpa de unos malvados que quieren obtener beneficios, no del régimen chavista, que sólo piensa en el bien del pueblo.

Tercera: «La clase ‘‘empresarial’’ venezolana es una clase vividora y malcriada que a lo largo del tiempo se convirtió en un tumor económico que vive y subsiste de la renta petrolera y la expoliación del salario de los trabajadores y trabajadoras a través de la especulación». Se empieza por poner a los empresarios entre comillas, como si no lo fueran, se sigue llamándolos «clase», para enfrentarlos al resto de la sociedad, y se les atribuye el abuso de la renta petrolera, cuando es una actividad controlada por el Estado y por la empresa pública PDVSA. Se añade la consabida «especulación» y se apela al buenismo feminista, como si la tiranía bolivariana no se esmerara en oprimir a la vez a «los trabajadores y trabajadoras».

Cuarta: «Sustituir la acumulación individual por un modelo productivo basado en la lógica de lo común». Éste es el gran objetivo del socialismo de siempre, basado en el odio a la propiedad privada, es decir, a la libertad individual. Dados los resultados del socialismo real, se lo difumina hablando de «lo común». Quieren un banco comunal, un Estado comunal, y también un parlamento comunal, que resolvería el engorroso problema de que el pueblo venezolano ha votado a la oposición en la Asamblea Nacional.