Restringido

Desventurado país

La Razón
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Si como decían los clásicos es desventurado el país que olvida a sus héroes, esta España nuestra, que hoy ponen en almoneda, debe ser mísera hasta la indigencia. No sólo por lo rápidamente que ha borrado de su memoria colectiva a las víctimas del terrorismo o la cicatería con que trata a los servidores de la Patria. Iba a escribir hoy de los sueldos de miseria que cobran los agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil, pero me he acordado de Julio Fuentes y quiero dedicarle estas líneas.

Hoy se cumplen exactamente 17 años del momento en que Evaristo Canete, cámara de TVE, se acercó a mí a la puerta de un polvoriento hospital afgano y me susurró al oído que el cadáver que acababan de traer era el de Julito. Se me rompieron las paredes del corazón y lloré como sólo lo he hecho cuando murió mi madre. La Divina Providencia no opera en las zonas de conflicto y a un reportero de guerra no lo asesinan, lo matan trabajando, pero a todos los corresponsales de aquella generación nos arrancaron un pedazo del alma cuando unos fanáticos islámicos acribillaron a Julio en el tortuoso desfiladero que lleva de Jalalabad a Kabul.

Era un chaval a quien yo quería como se quiere a un hermano pequeño. Le apasionaba esta profesión y fue de los que se abrió paso, sorteando obstáculos, rechazos e incomprensiones. Era como sus reportajes: vehemente, vital, emotivo y taciturno. El periodismo no fue para él un medio de vida, sino una forma de vivir. Carecía de sentido del humor, estaba sordo como una tapia y veía el planeta como un inmenso campo de batalla en el que el bien y el mal libran una pelea sin cuartel.

Tal como ha evolucionado el negocio de los medios de comunicación, con esta eclosión de Internet, inmediatez, gratis total, redes sociales, «fake news» y superficialidad, es casi imposible que vuelvan a surgir periodistas como Julio.

En cierta manera, es uno de los últimos representantes de una especie en extinción, pero no es eso lo que me quita el sueño hoy. Lo que me acongoja es que este 2017 no se hayan acordado de él ni los sicofantes de su propia redacción, que lo menospreciaban, pero se pegaron codazos para agarrar el féretro y salir en las fotos, cuando los restos llegaron a Madrid. Quizá se me escape algo, pero no he visto una línea en los periódicos ni escuchado una mención en la radio o la televisión. Y me duele.