Terrorismo

Doble uso: civil y terrorista

La Razón
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La organización no gubernamental Conflict Armament Research (CAR) ha publicado recientemente un importante informe acerca de los «dispositivos explosivos improvisados» (IED) que está utilizando el Estado Islámico (IS) en su guerra terrorista dentro del territorio de Irak y Siria. Esos artefactos son bombas de diferentes configuraciones que se camuflan sobre el terreno y que causan daños severos tanto a las fuerzas combatientes como a los civiles que tratan de regresar a las poblaciones de las que se vieron desplazados con ocasión del conflicto. El informe revela que los IED han sido elaborados con más de setecientos tipos de componentes fabricados o comercializados en veinte países diferentes por medio centenar de empresas diferentes. Señala, además, que el trazado de las rutas seguidas por esos elementos hasta llegar a manos del IS atraviesa diversos países hasta confluir principalmente en Turquía. E indica que, aunque pueda resultar inquietante, las operaciones comerciales involucradas en ese tráfico son perfectamente legales, cumpliéndose en su caso los trámites y licencias exigidos por los gobiernos correspondientes.

No crea el lector que hablamos de objetos muy sofisticados, no. Se trata más bien de cosas corrientes como fertilizante para plantas, pasta de aluminio que se utiliza en pintura, cables eléctricos, fusibles, contenedores de plástico, barriles metálicos o teléfonos móviles, aunque también están los detonadores que se emplean en la minería o en las empresas de demoliciones, así como algunos componentes electrónicos. El problema está en que todos estos elementos son simultáneamente de uso civil y terrorista. Ello es así porque, aunque a algunos les cueste creerlo, los terroristas suelen construir sus artefactos explosivos de una manera más bien simple y, sobre todo, barata, recurriendo a materiales que pueden ser comprados por cualquiera en los comercios del ramo. La economía del terrorismo nos ha enseñado que si algo caracteriza a las acciones bélicas de esa naturaleza es que no dependen tanto del dinero como de la voluntad política de realizarlas. La guerra terrorista requiere pocos recursos y es viable para las organizaciones que la emprenden, precisamente, porque utiliza armamento ligero y bombas artesanales que resultan asequibles por su bajo coste.

En el ámbito militar, el problema que plantean las tecnologías, artefactos y materiales de doble uso se ha solventado mediante acuerdos formales e informales de cooperación internacional orientados a evitar que pueden caer en manos de gobiernos belicosos o irresponsables. Es cierto que no siempre se han logrado los resultados apetecidos porque hay firmas que, para hacer negocio, se saltan las normativas sobre la materia. Pero también es verdad que estos casos son descubiertos la mayor parte de las veces, y dan lugar a severas sanciones. Tal experiencia debería ser considerada para abordar también el asunto del doble uso civil-terrorista, pues, como indica el informe de CAR, el caso del Estado Islámico revela que, en esta materia, se da una «ausencia de control por parte de los gobiernos nacionales y las empresas», así como una «falta de conciencia sobre el uso potencial del material civil por fuerzas terroristas».