María José Navarro

Don Manuel

Estos días, en los obituarios de los periódicos, circulan fotografías del recientemente fallecido Manuel Martín Ferrand. En unas se muestra al maestro en sus últimos tiempos, y en otras se le puede contemplar en plena forma física o siendo protagonista de algún cambio empresarial sonado, de esos que colocaban a la propia profesión en el centro de la atención mediática y pública. Entre todas esas fotos, hay una en blanco y negro en la que aparece servidora entre Martín Ferrand y José María García. No en el mismo plano, claro, porque no podía corresponderme ni por oficio, ni por calidad, ni por llegarles a los dos ni mínimamente a la suela de los zapatos. Aparezco ahí como lo hacen los figurantes en las películas, gracias a un tiro de cámara en el que me colé. Los detalles, quizá los intuyan: cara de torta, cejas pobladas, diseño capilar querellable. Ahí estaba yo, estirando el gaznate, en la segunda fila de la presentación de la programación de la Cadena Cope, justo cuando se produjo el desembarco del equipo de estrellas radiofónicas que venían de Antena 3. Y tengo que contarles que me hizo mucha ilusión encontrar esa foto, primero porque así se demuestra que una fue alguna vez joven y prieta, y en segundo lugar como metáfora perfecta de la suerte que tuve al poder conocer a Martín Ferrand. Yo no pegaba ni con cola en medio de todo aquel talento, pero la fortuna me regaló estar en el momento indicado y en el sitio perfecto, y la oportunidad de comprobar que era un caballero, un señor educadísimo, cortés, listo, rápido, brillante, irónico e imponente, pero al que gustaba no presumir de nada. Cuánta suerte, sí.