Martín Prieto

El bucle compasivo

La Razón
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El niño rico venezolano Ilich Ramírez Sánchez les sonará antes como «Carlos» o «El Chacal», gran sembrador de muertos inocentes en Europa por cuenta de fracciones terroristas palestinas y otros arabescos laterales. Para los servicios de inteligencia occidentales era «Fantomas» tras un marasmo de identidades, aguantaderos, complicidades femeninas no fichadas y una teoría de cirugías faciales. Por la vía de los «plásticos» le encontraron los franceses en Sudán, presto a retabicarse la nariz. Francia sobornó, o amenzó (o ambas cosas), al Gobierno sudanés al tiempo que sus paracaidistas se lanzaban de noche en las afueras de Jartúm emprendiendo una carrera hacia una casa pretederminada. Pusieron a los sanitarios contra las paredes y a «Carlos», ya anestesiado, le metieron en una bolsa de cadáveres hasta un «C 130 Hippo», que aterriza y decola en una invitación de boda. Francia tiene a gala ser la patria de los derechos del hombre pero para proclamarlos hay que estar dispuestos a defenderlos. Por su dirección, financiación y participación en crímenes contra la Humadidad fue condenado a prisión permanente revisable cada unos generosos 18 años de buen comportamiento. A sus 68 años, Ilich, premoritoriamente bautizado, ha casado con su letrada para tener al menos vis a vis y ha abandonado toda esperanza, ya que considera justas sus matanzas y tiene dinero, medios y contactos en el exterior para su acción benéfica. Es de los que entienden que hacen falta 9 meses para hacer un hombre y un solo segundo para matarlo. Ni una manifestación, ni un reclamo periodístico, ni una pregunta parlamentaria derraman una lágrima de compasión por este revisable que será perpetuo porque el Estado de Derecho no lo es si no protege la vida de sus ciudadanos. Tras la intervención del presidente Rajoy y su intención de ampliar los delitos aberrantes, no se derogará en esta Legislatura la permanente revisable de Ruíz Gallardón, porque además la opinión pública y la publicada están calientes. Pero para cuando Puigdemont logre ser nombrado representante institucional de un crecepelo bruxelense, nuevos buenístas y regeneracionístas de la perversión gratuita volveran a recitar el bucle incompleto de doña Concepción Arenal y su «odia al delito y compadece al delincuente».