Restringido

El club nuclear

La Razón
La RazónLa Razón

Hace poco se cumplió el septuagésimo aniversario del bombardeo de Nagasaki e Hiroshima con los rituales comentarios de horror, pero, eso sí, sin el más mínimo análisis de lo que aquello significó. Así mismo las naciones que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –más Alemania (P5+1)– lideradas por EE UU, lograron un acuerdo para retrasar al menos década y media que Irán pueda dotarse de armas nucleares. Como en el anterior caso de las dos ciudades japonesas, mucha crónica descriptiva y poco análisis de futuro.

Pretendo utilizar ambos acaecimientos –conectándolos– para estudiar el Club nuclear militar y las posibilidades que ofrece a España pertenecer a dicho selecto grupo al que –a mi juicio– se puede acceder por dos puertas.

Al día siguiente de lanzar en combate las dos –y hasta ahora a D.g. únicas– bombas atómicas, EE UU se puso a trabajar con todas sus fuerzas para evitar que otra nación las consiguiera. Cuando un arma terrible aparece súbitamente en combate –como en su día lo fueron el submarino, el carro de combate o el avión a reacción– el inventor trata de no ser copiado. Históricamente nunca lo ha conseguido; lo veremos pronto con los drones. Con las bombas atómicas de fisión –seguidas inmediatamente por las de fusión de hidrógeno– pasó lo mismo. La Unión Soviética con su espionaje en América y la ayuda de los ingenieros alemanes prisioneros, las obtuvieron rápidamente. China, con ayuda soviética, siguió a continuación.

El arma nuclear otorga la garantía suprema de no ser atacado directamente. Así al menos parece deducirse de estos últimos setenta años de historia. Ni EE UU, ni la Unión Soviética –hoy Rusia– han atacado a ninguna nación dotada de armas nucleares.

Reino Unido y Francia pronto se dotaron también de armas nucleares y sus correspondientes vectores de lanzamiento. La capacidad británica está muy controlada operativa y técnicamente por los norteamericanos; es más bien una carga autoimpuesta por su posición –anacrónica– en el Consejo de Seguridad. La de Francia se debe a la determinación irrepetible del general de Gaulle y su concepto de la «grandeur». Estas dos naciones junto a Israel ,son los únicos «amigos» con los que se ha transigido para que se doten con armas nucleares. Con Israel se miró hacia otro lado por la especial situación geopolítica que tiene que le impide perder una sola guerra, que para ellos sería la última. Al resto de aliados, por importantes que sean –por ejemplo Japón y Alemania– esta puerta para entrar en el Club nuclear está cerrada. Y fuertemente cerrada. Actualmente es incompatible dotarse de armas nucleares con seguir siendo aliado de EE UU.

Otra nación que se sentía vitalmente amenazada –Pakistán– construyó un mínimo de armas nucleares por procedimientos rocambolescos. Su amenaza –la India– siguió rápidamente. Lo mismo podría decirse de Corea del Norte, que se enfrenta a fuerzas superiores sin más garantía que unos pocos ingenios nucleares rodeados de grandes incertidumbres operativas y obtenidas a precio de la sangre de su doliente población.

El principal instrumento abierto utilizado por EE UU para tratar de evitar la proliferación nuclear ha sido el Tratado (TNPN) en vigor desde el verano de 1968. En él se prometían dos cosas; una se ha cumplido parcialmente, la otra no. Se prometía ayuda para el desarrollo nuclear pacífico al que demostrara que no se iba a dotar de armas nucleares. Lo que no se cumplió en absoluto es la promesa de renunciar en un futuro a estas armas por los que ya las tenían. Además del TNPN se firmaron posteriormente otros acuerdos internacionales con el mismo fin de impedir o dificultar la proliferación.

Con todas sus limitaciones el TNPN ha evitado hasta hoy que naciones con capacidad técnica para ello –la mayoría de ellas, incluida España naturalmente– fabricaran armamento nuclear. Hay que sentirse muy amenazado y aceptar no ser amigo de EEUU para tratar de dotarse de armas nucleares hoy en día. Por eso era tan importante que Irán no las consiguiera: porque Arabia Saudí, Egipto, Turquía y quién sabe quién más en Oriente Medio los imitarían pronto y el TNPN saltaría por los aires. Por eso EE UU pactaron con el adversario iraní.

Pero hay una segunda puerta –más discreta– para entrar en este Club. La de los bomberos del fuego nuclear. La de los participantes en la defensa antibalística (ABMD): es decir, los capaces de derribar los misiles de largo alcance con cabezas nucleares. Porque nadie va disparar un misil –cuya trayectoria es detectable– contra los EE UU o Europa sin dotarla del arma capaz de producir el mayor daño, es decir la nuclear, si dispone de ella.

Y esta puerta ABMD del Club sí que es compatible con ser aliado de EE UU compartiendo la misma visión de seguridad global con ellos. Además, para España, que tiene cinco fragatas con el sistema Aegis, es técnicamente factible y podría llegar a ser económicamente asequible si no hay que abonar los gastos de I+D, ni de los misiles específicos, lo que parece una contrapartida razonable al uso de Rota como base para los cuatro destructores norteamericanos antibalísticos.

Además de los SM-3 asociados al Aegis existen otros misiles basados en tierra que no están totalmente operativos y cuyo desarrollo es dudoso.

El lograr ser interlocutor de EE UU –preferiblemente directo o alternativamente en el más complejo campo OTAN– en un asunto históricamente vital para ellos podría potenciar el peso estratégico de España con relativo poco esfuerzo. La puerta del Club nuclear militar para nuevos pirómanos está cerrada. La de los bomberos, abierta y a nuestro alcance.