Lucas Haurie

El encubamiento y los pirómanos

La Razón
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El derecho en Roma, que era cualquier cosa excepto melindroso, contemplaba un sugerente muestrario de penas de muerte que sorprendería a la ralea biempensante de nuestra sociedad. Uno de los más temidos era el que afectaba a los parricidas, esos degenerados a los que les da por asesinar a familiares de línea directa con el dolo implícito de la confianza que tales lazos implican. El parricidio, pues, era castigado entonces con la pena del encubamiento. Encubar a un asesino consistía en introducir al reo en un saco junto a un mono, un perro, una víbora y un gallo, que eran arrojados de inmediato al río, al mar o a la laguna más a mano. Ahora que la Junta de Andalucía está concluyendo un informe sobre el incendio en Doñana para enviar a la Fiscalía, cabría preguntarse qué penas merecerían quienes perpetran semejantes crímenes contra el medio ambiente, la naturaleza y, por ende, el hábitat de los ciudadanos. Los agentes de Medio Ambiente continúan investigando el origen del incendio, aunque el Ejecutivo andaluz ya ha señalado la mano del hombre. Ahí estuvo el origen, coinciden las lumbreras de la Consejería de Medioambiente, luego, continúan, coincidió una concatenación de desafortunados elementos que lo empeoraron todo: que si unos puntuales huracanes, que si la dirección del viento menos apropiada, que si las cuentas del Gran Capitán o que si la abuela fuma. Pero nada dicen de las limpiezas preventivas a las que deben someterse los verdes naturales, ya que la táctica se basa en ponerle cara al enemigo público número uno. ¿Y qué pena merecería un pirómano? Más de uno aceptaría el encubamiento, aunque trasladado a la iconografía doñanesca. En el saco se introduciría al reo junto a un lince, un camaleón y un jabalí. Y el estrés los mataría a todos menos al culpable.