Irak

El hechizo del pasado

Ángel Tafala

El presidente Obama parece decidido a definir básicamente su política de seguridad –especialmente en Oriente Medio– por negación de lo que hizo su predecesor. Seguir este procedimiento entraña un grave inconveniente, pues solo se acertaría plenamente en el caso de que todo lo que hubiese hecho Bush hubiera sido un error. Nada en estos asuntos que nos ocupan es completamente blanco o negro; hay que estudiar objetivamente lo que ha pasado y extraer las lecciones oportunas lo mas alejado posible de la política interna, que todo lo contamina.

Para mí dos son las lecciones estratégicas más evidentes deducibles de las decisiones que en su día tomó la administración Bush sobre Irak. Primera: siempre se deben explicar las causas iniciales de una guerra –sin engañar a la opinión pública internacional incluso involuntariamente. Peor aún sería si el engaño fuese deliberado, pues tus electores podrían pasarte factura.

Segunda: hay que tener planeado previamente qué hacer tras la victoria, pues muy probablemente habrá que administrar el país vencido, sobre todo si se destruye su organización previa. ¿Cuál era el objetivo final? ¿Derrotar a Sadam o estabilizar Irak?

En nuestra nación el presidente Rodríguez Zapatero también definió su política de seguridad en Irak por negación, en este caso de las decisiones que había tomado Aznar. Es evidente que aunque no participamos en la guerra, apoyamos moral y postbélicamente a los norteamericanos en su improvisado intento de estabilizar Irak. El presidente Aznar no pudo, no quiso o no supo explicar a nuestra opinión pública las causas para este apoyo, aunque la reciprocidad del hegemón norteamericano a esta ayuda en otros campos –como el antiterrorista– fue obvia. Nunca hemos tenido tanto peso internacional, ni colocado a tantos españoles en organismos internacionales como en aquellos tiempos.

Pero esta falta de explicaciones públicas fue explotada sin misericordia por Zapatero que además no comprendió que en el mundo de la seguridad en el que vivimos no se puede actuar unilateralmente, pues el hueco que tus soldados dejen, otro aliado tendrá que ocuparlo. Esto exige moralmente avisar con tiempo de las intenciones propias por justificadas que a ti te parezcan. Desde aquellas fechas las participaciones militares españolas –y nuestra acción exterior en general– vienen arrastrando una cierta falta de credibilidad. Reconozco que consideraciones de política interior intervienen siempre en las decisiones exteriores de todas las naciones; pero las más influyentes mantienen una línea general permanente.

El Irak sobre el que va actuar la coalición que está organizando estos días la administración Obama no es el mismo país –humana y políticamente– sobre el que operó Bush. Sin embargo, los fantasmas del pasado vuelan pesadamente sobre él, atormentándole, y pudieran llegar a condicionar sus decisiones operativas. No hay engaño esta vez, pero tampoco se intenta explicar nada bien la situación final que se desea alcanzar en Irak y Siria, o más generalmente entre suníes (Arabia Saudí/Turquía) y chiítas (Irán) una vez eventualmente neutralizado el IS. Parece como si «destruir» el IS fuese el final de la historia cuando a mí me parece que sólo es el principio –eso sí, necesario– para conseguir la ansiada estabilidad del Oriente Medio. Aparentemente las dos lecciones señaladas inicialmente –pero en mayor dimensión esta vez– no se están aplicando. Además y complicando todo, otra vez más actúan las consideraciones de política interior norteamericana, con la eterna pugna interna entre Presidencia y Congreso acerca de los límites para autorizar el empleo de la fuerza militar y el umbral de guerra declarada, lo que se está materializando en triquiñuelas y ocultaciones.

Nuestro Gobierno tiene que decidir cómo apoyar a los norteamericanos, pues esta vez ni Francia ni Alemania van a servir como excusa para no actuar. Esperemos que los fantasmas del pasado no paralicen al presidente Rajoy recordándole –por ejemplo– que por Irak él perdió unas elecciones y pasó ocho años en la oposición. Confiemos también en que el nuevo liderazgo del PSOE reconozca que lo que está pasando en Irak ahora nada tiene que ver con la situación que tan bien supo explotar su antecesor y entre todos intenten explicárselo a nuestra opinión publica. Este nuevo Irak, amenazado por una despiadada organización islamista que incluso reclama nuestro país en sus peligrosos delirios de califato, es una magnífica ocasión para recuperar el anterior consenso sobre la acción exterior española que tan positivo resultó mientras duró.

De todos modos, un poco de prudencia añadida a la necesaria pedagogía no vendría mal antes de decidir nuestra contribución a la neutralización de estos salvajes del IS. Prudencia mientras nuestro Gobierno no vea claro a dónde se dirige todo el Oriente Medio, lo que permitirá, mientras tanto, que las explicaciones que en su día faltaron lleguen esta vez a nuestra gente.

Explicaciones y consenso. Con ellos se fabrica el antídoto contra los hechizos del pasado.