Asuntos sociales

El «síndrome de Oslo»

La Razón
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Como reza un viejo proverbio, «de todo hay en la viña del Señor», pero lo del noruego Karsten Nordal Hauken me ha dejado atónito. Lo de este joven militante del Partido Socialista de Izquierda es excepcional. Hace cinco años, al bueno de Karsten lo sodomizaron brutalmente en su propia casa. Según el atestado policial, un sujeto joven, de piel oscura y notable musculatura lo forzó analmente sin excesivos miramientos.

Karsten, que se describe como «heterosexual, antirracista y ardiente feminista», puso la consiguiente denuncia y seis meses después arrestaron al violador. Las huellas que aparecían en el cuchillo que portaba y su ADN coincidían con las recogidas en el domicilio y el cuerpo de la víctima. El pervertido resultó ser un somalí solicitante de asilo, al que se juzgó y mandó a prisión. Cuenta Karsten que el trauma le abocó a una depresión de mucho cuidado y a darse al alcohol y la marihuana, pero que intentó olvidar el asunto. Hasta hace unos días, cuando recibió una llamada de las autoridades, informándole de que el profanador de su retaguardia había salido de la cárcel e iba a ser deportado «ipso facto» a Somalia.

Y aquí viene lo bueno, porque lo primero que se le ha ocurrido decir a este socialista tan progre no es que se alegra de que se haga justicia o que le importa un comino, porque quiere pasar página, sino que se siente embargado por la culpa y la responsabilidad. «Yo no puedo ser la razón por la que debe salir de Noruega, ya que enfrentará un futuro muy incierto en Somalia. Ya había cumplido su condena. ¿Por qué lo castigan de nuevo?».

Para redondear el asunto y a propósito del facineroso que lo puso a la fuerza mirando al golfo de Adén, argumenta el cándido Karsten que su abusador no es responsable de sus actos: «No es más que un producto de un mundo injusto. El resultado de una educación marcada por la guerra y las privaciones».

No sé si a estas alturas comparten mi pasmo, pero por lo visto no es un caso aislado. El año pasado, una activista a la que violaron en grupo una docena de sudaneses en las duchas de un campamento de refugiados fue convencida por sus colegas para que no denunciara el delito, porque eso perjudicaría a «la causa». Uno había oído hablar del «síndrome de Estocolmo», que padecen a veces los secuestrados, pero no tenía ni idea de que había nacido el «síndrome de Oslo». Está visto que el roce, hace el cariño.