Buenos Aires

España y el nacionalismo de EE UU

Los estudios históricos sobre la independencia de las Trece Colonias Británicas de América del Norte, que dio origen a la nación que recibió el nombre de Estados Unidos, han girado hasta 1951 en torno a las corrientes influidas por el pensamiento ilustrado: impulsos del cosmopolitismo, creciente nacionalismo revolucionario anglosajón del igualitarismo, o primeros brotes del Romanticismo, entendido como conflicto entre razón y sentimiento. Las dos potencias borbónicas –España y Francia–, al estallar la guerra colonial por imposición del Parlamento británico e intransigencia del rey Jorge III, intervinieron en la guerra, pues ambas, aunque en diferente medida, tenían intereses importantes en el Nuevo Mundo. Además, en virtud de los Pactos de Familia, estaban obligadas a actuar de acuerdo en cuestiones relativas a la guerra.

El rey Carlos III, en 1777 decidió cambiar al marqués de Grimaldi como ministro de Estado y nombrar en su lugar al inteligente fiscal del Estado, José Moñino, conde Floridablanca, para tan importante puesto. Existían razones en pro y en contra para la entrada en guerra de España. En contra, que una Monarquía, con extensa e importante soberanía de reinos en América, apoyase una insurrección colonial contra otra Monarquía europea no parecía muy ortodoxo. A favor, que desde el año 1704, en la Guerra de Sucesión española, Inglaterra le arrebató el Peñón de Gibraltar.

Moñino fue nombrado ministro de Estado por tener una visión más amplia de las condiciones de la política, que con los movimientos de independencia habían alcanzado una nueva estructura. La doctora María Pilar Ruigómez, en su excelente monografía «El gobierno del Despotismo Ilustrado ante la independencia de los Estados Unidos» (Madrid, 1978), lo ha basado en cuatro fenómenos históricos: regionalización marítimo-continental, estrategia de grandes espacios, afirmación de seguridad por zonas geohistóricas y establecimiento de límites de territorialidad y ámbitos comerciales. Consciente Moñino de todo ello, España no declaró la guerra a Inglaterra hasta 1779, después de firmar con Francia el tratado secreto de Aranjuez (12 de abril de 1779), comprometiéndose a firmar una misma paz con Inglaterra que debía incluir la devolución de Gibraltar a España, así como otras posesiones como Menorca, Florida, Jamaica y las pesquerías de Terranova. Floridablanca envió a Estados Unidos un observador diplomático, Juan Miralles, que debía obtener cuanta información fuese posible sobre la guerra colonial y cuanto pudiese ser de interés para el Gobierno. Durante dos años, Miralles envió abundante correspondencia al ministro de Indias, José de Gálvez, marqués de Sonora, que en torno a 1776 había concluido una sólida reforma estratégica, principalmente en dos áreas geopolíticas: el Virreinato de Nueva España, Golfo de México y Mar de las Antillas. apoyadas en ella tres instituciones de fuerte arraigo militar defensivo: la Comandancia General de las Provincias Internas del norte de la Nueva España, desde California a la actual Texas; la Intendencia de Caracas, con el puerto de La Guayra, y la Capitanía General de Cuba.

La segunda zona de seguridad atlántica giraba en torno al Virreinato del Río de La Plata, con capital en Buenos Aires y refuerzo militar y naval en Montevideo. Estas zonas estratégicas e institucionales otorgaron una gran capacidad defensivo-ofensiva a la Armada Española, que en 1787, según el marqués de Mulhacén, en su «Historia de la Marina Española» (Madrid, 1943), se componía de 280 buques, de los que setenta eran navíos de línea con una dotación de 106.300 hombres. Ello constituye un importante sujeto estratégico, montado por el Gobierno español. El sector del Caribe hizo posible una maniobra conjunta de la Armada, al mando del almirante Solano, con el dispositivo militar dirigido por el gobernador de Nueva Orleáns, Bernardo de Gálvez, una de cuyas misiones era la vigilancia de la frontera inglesa de Florida, para lo cual envió agentes al territorio británico, pudiendo así conocer la maniobra táctica preparada por el Ejército británico para dividir el dispositivo militar de los colonos. La declaración de guerra de España a Inglaterra le permitió a Gálvez iniciar una decisiva operación militar, conquistando las plazas de Bâton Rouge, Mobila y Penzacola. Esta ofensiva de Gálvez hizo imposible la maniobra táctica del Ejército inglés y permitió al general Washington obtener la decisiva victoria de Yorktown (1781), que al ser recibida en Inglaterra hizo que los cerebros políticos nacionales reconocieran que había que comenzar a pensar en lo impensable: aceptar la derrota y retirarse del territorio de las Trece Colonias. La paz se firmó en 1783, Inglaterra reconoció la independencia e inmediatamente se iniciaron conversaciones para la apertura de relaciones diplomáticas y tratados de amistad y comercio. La toma de posiciones ya es definitiva en 1787, cuando los burgueses revolucionarios norteamericanos elaboraron la primera Constitución occidental, figurando como un gran Estado moderno, con mentalidad propia, aunque consciente de sus relaciones políticas, económicas y culturales con las naciones europeas.