Iñaki Zaragüeta

Estamos fallando

La Razón
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¿Qué sucedería si a las puertas de cuarteles de la Guardia Civil de Benimaclet o de Patraix en Valencia hiciera sonar la bocina, a las doce de la noche, para no dejar dormir a los agentes? Que en minuto y medio dejaría de sonar, me pondrían una multa y, quizá, entraría para adentro a la espera de que, como dice Sabina, me llevaran los municipales. ¿Y si fuéramos varios y nos resistiéramos a abandonar la actitud? Probablemente y con razón, nos harían entrar en ídem, por no repetir lo de razón, a base de dos soplamocos. Seguro: no nos permitirían mantener la beligerancia contra los miembros de la Benemérita.

Entonces, me preguntaba mi amigo Rogelio, ¿por qué miran a otro lado cuando en pueblos de Cataluña 100, 150 o 200 personas, da igual, pueden vociferar y hacer ruido con lo que tienen a mano para no dejar conciliar el sueño a policías y guardias civiles sin que nadie lo impida? Más aún, ¿por qué se permite que acudan al lugar con la misma intención varios de esos inmensos coches de bomberos haciendo sonar las sirenas escandalosamente y, para más recochineo, se excusen: «Pensábamos que había un incendio»?

Para acabar, ¿por qué nadie responde al impresentable portavoz de la Comisión Europea, chupóptero como diría José María García, y pida el cese de la violencia. ¿Qué violencia? El ministro de turno que le invite a contemplar las imágenes de la actuación, por bastante menos, en EE UU, Francia y demás países democráticos. Por no hablar de Venezuela, Cuba o Corea del Norte. Y le pida la dimisión. Así es la vida.