César Vidal

Hambre de linchamiento

Hace años –tantos que casi me parece una vida anterior– un amigo muy cercano fue víctima de un linchamiento. Agudo, brillante, aguerrido, se vio sometido a una campaña sistemática en su contra que, en no escasa medida, arruinó su economía, pero, sobre todo, lo aniquiló psicológicamente. Aunque algunos insistieron en que mantenía la lucidez, la perdió poco a poco y terminó –muestra terrible de deterioro– por perpetrar justo lo que más censuraba. Lo he recordado mucho en los últimos tiempos al contemplar cómo una parte nada desdeñable de la población española sufre hambre de linchamiento. Puedo comprender de sobra el cansancio, el hartazgo e incluso la amargura de los ciudadanos que piensan que la impunidad ha sido la norma general para los poderosos mientras que la Administración cae con ferocidad e incluso con arbitrariedad sobre ellos por las faltas más nimias. También entiendo el aumento de la tentación hacia el castigo ejemplar y público como en tiempo de las hogueras inquisitoriales, la guillotina en el centro de París o los fusilamientos ejecutados ante los que más miedo habían tenido de los pasados por las armas. Todo eso soy capaz de asimilarlo, pero me horroriza que se ceda ante esos impulsos y que se vayan encadenando los linchamientos de un lado con los del otro entre aplausos de unos cuando los otros son abatidos y las negaciones airadas cuando son los propios el objeto de la cólera popular. Si el hambre de linchamiento no desaparece siendo sustituido por la presunción de inocencia, la seguridad jurídica, el respeto a la legalidad y la igualdad ante la Ley, el futuro que se avecina adquirirá tonos terriblemente siniestros. No podrá ser, ciertamente, de otra manera, porque cuando el Estado de Derecho cede ante las turbas ansiosas por ver el despedazamiento de los que odia se consagra el sobrecogedor camino hacia el atropello jurídico, hacia la iniquidad encubierta bajo forma sumarial y hacia las ejecuciones injustas. Mi amigo de otra época nunca se recuperó de su linchamiento particular. Las últimas veces que lo he escuchado no pasa de ser una sombra patética de lo que fue, lanzando disparates resentidos engendrados por el dolor de lo sufrido en otras épocas. Ha sido su suerte aciaga siquiera por lo que tiene de aniquilación de lo mejor de sí mismo, pero no pasa de constituir un tema casi anecdótico comparado con nuestra nación. Y es que, históricamente, cuando España se ha dejado arrastrar por el hambre de linchamiento ha tardado en recuperarse décadas.