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La mordida de Delphi

La Razón
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Cuando Delphi decidió marcharse de la bahía gaditana, las administraciones españolas todavía nadaban en la abundancia, de modo que los trabajadores despedidos fueron mimados por la Junta y posteriormente usados como elemento propagandístico. Eran años en los que el dinero público se despilfarraba (y asuntos peores que el despilfarro) y que en la Consejería de Empleo, primero con Antonio Fernández y luego con Manuel Recio, sucedían prodigios inverosímiles. Mucho más que esas naves más allá de Orión, el contribuyente vio cosas que nunca habría creído: contratos por no hacer nada, relaciones laborales simuladas, intrusos, multiplicación de subsidios igual los evangélicos panes y peces, prejubilaciones millonarias (en euros)... Un Monipodio en el que el inefable Ángel Ojeda, de profesión ex consejero y amigo de sus amigos, ejercía de Rinconete, de Cortadillo y de quien los trajo a ambos. Terminó la era de la bicoca pero los beneficiarios no se dieron por enterados. Ahora, una denominada Asociación de Trabajadores de Delphi pretende restablecer los viejos privilegios y esgrime como un título de propiedad pretéritas promesas de campaña que en su día le hicieron. Angelitos. La jueza Bolaños, que también es amiga de sus amigos (y mentores), ha rechazado imputar a Manolo y a Pepe porque las intenciones electorales se las lleva el viento, claro, pero sobre todo porque los airados currantes no sólo no se han visto perjudicados por el mal uso dado a los fondos de formación, sino que «incluso podrían ser beneficiados a título lucrativo». Se pagaba a tanto el kilo de paz social pero en un momento dado, el extorsionado se cansó de seguir comprando la ‘protezione’ de la ‘famiglia’. Los napolitanos de Chicago eran menos refinados pero, al menos, se vestían por los pies.