El desafío independentista

La soledad de Mariano

La Razón
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La Historia le juzgará. Nosotros, desde las columnas de los periódicos, las tertulias y los cenáculos, valoramos sus gestos, palabras y movimientos, pero será la Historia con mayúsculas quien decida si Mariano Rajoy era el hombre del momento y estuvo a la altura cuando España lo necesitó. Hay muchos personajes en la tragicomedia catalana, pero el papel central lo interpreta el presidente del Gobierno. De sus decisiones dependerá no sólo cómo se solventa ahora el inaudito desafío separatista, sino cómo se articula la sociedad española en las próximas décadas. Tras un final de septiembre y un arranque de octubre en los que la ciudadanía ha estado con el alma en vilo, el pleno del Congreso de hace cinco días y la patochada del Parlament catalán la víspera, han quitado presión y generado una suerte de alivio general. Es una falsa impresión. Aunque haya dado muestras de debilidad, pisado un poco el freno y mostrado fisuras, el bloque separatista no tiene otra que seguir adelante. Puigdemont y sus compinches nacionalistas ya no podrían, aunque quisieran, meter dentro de la botella a los demonios que han soltado. Y por eso es casi irrelevante lo que conteste este lunes el malhadado presidente autonómico a la pregunta de si ha declarado o no la independencia. Ningún Estado democrático puede permitir que una banda de delincuentes persista a sus anchas en el delito y que en una parte de su territorio se normalice la ilegalidad sistemática. Si todos somos iguales ante la Ley y España sigue siendo un Estado de Derecho, a partir de este lunes tiene que empezar a disiparse la sensación de impunidad con que operan los golpistas. No sólo porque expira el ultimátum de Rajoy y viene el 155, sino porque están citados en la Audiencia el inefable Trapero, la intendente Laplana y los «Jordis» que presiden ANC y Òmnium. Lo lógico es que del tribunal se vayan al calabozo. Y que después, con ese goteo de tormento chino consustancial a la Justicia, vayan pasando por el banquillo desde los que utilizaron ilegalmente datos del censo a quienes prevaricaron usando fondos públicos, pasando por los profesores que predican odio en sus colegios a los alcaldes facciosos. Y habrá que incluir en el lote algún periodista por saltar sobre el coche de la Guardia Civil o incitar a la violencia desde el micrófono. Si después, cuando llegue el momento de reformar la Constitución, se hace como Dios manda y anhela esa España de las banderas tantos años silenciada, la Historia te absolverá, Mariano.