Alfonso Ussía

Nenas y nenazas

La Razón
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Los cobardes de la CUP que agredieron y maltrataron a dos mujeres por llevar el uniforme de la Selección de España pueden ser condenados a ocho años de prisión. No caerá esa breva, porque últimamente los jueces en Cataluña miden más las repercusiones políticas que las interpretaciones del Código Penal. Si fueran condenados, lo lógico es que cumplieran la pena impuesta en una prisión femenina. Hay que ser muy nena, muy nenaza para atacar a dos mujeres indefensas. Lo curioso es que el jefecillo del grupo violento manifestó hace pocas semanas que prohibir la exhibición de las señeras estrelladas en un campo de fútbol es un ataque a la libertad de expresión. No lo es, en cambio, acompañarse de la bandera de España en el centro de la segunda ciudad española. En ese caso, la agresión, la brutalidad y la violencia están plenamente justificadas, y lo que es peor, celebradas por un número considerable de catalanes que creen llevar en su ánimo el concepto sano de la ciudadanía. Exceptuando a dos personas, decenas de viandantes asistieron a la agresión y nada hicieron para evitarla.

El catalán ha sido, desde siempre, prudente, medido, pacífico y poco dado a la violencia. Josep Pla, que no se paraba en barras, acercó su opinión al interés económico y un principio de indolencia en el uso de la fuerza. Arzallus fue más explícito. «Los catalanes no saben empuñar un arma». Como si empuñar un arma destinada al terrorismo fuera una virtud. Cataluña, más que los vascos con los llamados «maquetos o maketos», no ha sido generosa socialmente con los españoles de otras regiones que a Cataluña llegaron para ganarse el porvenir, los charnegos. Esa discriminación humillante ha desembocado en un paradójico vuelco generacional. Los más partidarios del uso de la violencia en las calles de Cataluña son, en gran medida, descendientes de charnegos. El charneguismo sufriente y despreciado ha creado una descendencia catalanista a ultranza que se ha apoderado del viejo buen sentido de los catalanes.

Sabino Arana abominaba de Cataluña por su predisposición a –manteniendo las distancias–, procurar que los inmigrantes de Andalucía y Extremadura, fundamentalmente, aprendieran el idioma catalán. Se creó una segunda clase de catalanes que se sintieron catalanes a pesar de todo. Arana fue claro: «El día que los “maketos” aprendan el “eúskara”, los vascos hablaremos en noruego».

Pero el «charneguismo» revanchista ha hecho repercutir en su independentismo acomplejado unas nuevas formas de violencia callejera e institucional que el nacionalismo catalán no contemplaba. Gabriel, Fernández y demás dirigentes de la CUP están dispuestos a dar la vuelta a la tortilla para humillar a quienes despreciaron a sus antepasados. Y no admiten lecciones de catalanismo. Para colmo, desprecian aquellas cualidades civilizadas e inteligentes del catalanismo tradicional. Y algunos de ellos se dedican a la violencia, el preterrorismo, contra los que no comparten ni sus símbolos, ni sus ideales ni sus objetivos.

No obstante, para ser violento, también se precisa de un mínimo de hombría. Una hombría mal entendida y peor asumida por quienes usan de la brutalidad para imponerse a los demás. Ese grupo de bestias que aporrearon, maltrataron, pegaron e insultaron a dos mujeres que apoyaban desde su libertad a la Selección española en una ciudad de España carecen de hombría. Son unos cobardes, simple y llanamente. El catalanismo jamás se comportó así ni permitió que lo representara una pandilla de nenazas.