Enrique López

No tocar

La Razón
La RazónLa Razón

La parábola del hijo pródigo nos expresa un magnífico ejemplo de lo que es el perdón de un padre que, a pesar del egoísmo y desfachatez de un hijo, lo recibe con los brazos abiertos, si bien no podemos olvidar la incomprensión del buen hijo que permaneció al lado de su padre, y ve como al que pide lo recibe con una gran fiesta y gran entusiasmo.

Es una buena lección, y lo que nos dice es que el perdón es la máxima de la buena gente, pero lo que no dice bajo ningún concepto es que el padre deba cambiar la gestión de su casa para que el pródigo en su renovada etapa de buen hijo se sienta mejor, lo que no dice es que haya que acomodar las reglas del juego a la insensatez del pródigo, lo se le pide es que las acepte y acate.

En esto momentos en España lo que toca es apostar por nuestras reglas prestablecidas desde 1978, respetar y poner en valor nuestra ley de leyes, nuestra Constitución, una de las mejores Cartas Magnas del mundo, cuyo valor no solo reside sólo en su texto, sino en el espíritu que la inspiró en aquel momento histórico de la transición.

Ningún hijo pródigo puede exigir cambión alguno, no es el momento de cambios, sino el momento de la autoafirmación y del reconocimiento de que estos últimos cuarenta años de vigencia de la Constitución significan una de las mejores etapas de nuestro país.

Este año vamos a celebrar el cuarenta aniversario de su vigencia, de la vigencia de una Carta Magna ratificada el 6 de diciembre de 1978 por el 87,78 por ciento de los votantes, siendo superior el sí en Cataluña, y por ello se convierte en la única Constitución de toda la historia de España que ha sido refrendada y aprobada por el Pueblo Español en su conjunto mediante referéndum. No cabe mayor legitimación.

Por eso, este es el año en el que hay que apostar por que se cumpla y no por su reforma.

No podemos olvidar que reformar la Constitución es modificar una cosa con el fin de mejorarla, y por ello, si no es para mejorarla, mejor no tocarla.

Decía el ensayista Thomas Carlyle que toda reforma que no signifique la de las costumbres, será siempre inoperante, y por ello convendrá comenzar con estas últimas, y luego, si es necesario refórmenos la Constitución.