Historia

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Pacifismo fariseo

La Razón
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Carlos Marx dejó escrito que la violencia es la partera de la historia, aunque en forma más alambicada que luego desarrollaría Engels y llevaría hasta sus últimas consecuencias Lenin y sus camaradas de la ingeniería social mediante la ejecución de las libertades. Más que el inexistente derecho a decidir, el ejercicio multidisciplinar de la fuerza para imponer sus más descabelladas tesis ha recorrido el espinazo de todo radicalismo de izquierdas, pero siendo la violencia poliédrica sus destellos iluminaron y fascinaron a otras bárbaras dictaduras anticomunistas y nacionalistas. También en el siglo XIX el polígrafo francés George Sorel, picoteando en el marxismo y el sindicalismo revolucionario, desarrolló en su «Reflexiones sobre la violencia» un arsenal teórico en el que se recostaron el fascismo y el nacionalsocialismo, anegando en sufrimiento, junto al socialismo real, medio siglo XX. El pacifismo de los sesenta y ochenta se agostó como sus flores y queda la sugerente correspondencia entre Tolstoi y Ghandi (dos hombres que no llegaron a verse) a la búsqueda de una nueva filosofía que superara a la violenta y sangrienta comadrona. El aristócrata Tolstoi se sumergió en la compasión cristiana y tuvo la suerte postrera de morir en una solitaria estación ferroviaria próxima a sus tierra de Poliana antes de la revolución de octubre. El espíritu de Ghandi ha querido ser rescatado mediante la infatigable tergiversación de su «Satyagraha» que supone «insistencia en la verdad», «fuerza de la verdad», «fuerza del alma», y menos «desobediencia civil» o «resistencia pasiva» como traduce alegremente el catalanismo secesionista que nos envenena los sueños.El genuino pacifismo de aquel abogado famélico y en pañales provocó disturbios con miles de muertos que le desasosegaron hasta ser asesinado por un brahmán y que le alivió de contemplar la división indostánica en el mar de sangre de migraciones éticas y religiosas entre India, Pakistán y Bangladés. Insisten melifluamente en su pacifismo los que azuzan a las calles a quienes sitian a la Guardia Civil, destruyen sus vehículos, les escrachan y difaman o cortan las comunicaciones de todos con niños sobre el asfalto, tras sostener la violencia de que las leyes comunes y las particulares son papel de retrete. El «procés» es violento aunque no haya llegado a los asesinos de Terra Lliure. El 23-F solo provocó heridas leves al diputado comunista Sagaseta al caer estuco del cielo raso del Congreso.