César Vidal

Suspenso y de rodillas

La Razón
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Acabo de leer con estupor que Jordi Pujol ha dado en reflexionar sobre su carrera para concluir que la Historia le dará un aprobado alto. Hace años, analizando su escritura, llegué a la dolorosa certeza de que Pujol constituía un caso de megalomanía colosal. Que el nacionalista catalán no ha tenido jamás una visión democrática admite pocas dudas. Con todo, han existido extraordinarios políticos no demócratas y el veredicto final sobre ellos resulta positivo. No puede decirse lo mismo de Pujol. Basta leer los planes que había diseñado para Cataluña en los setenta para darse cuenta de que le importaba un comino lo que pensara la mayoría de la población. La sociedad la iba a cambiar y para ello le bastaba con un treinta por ciento del electorado. En otras palabras, «yo Pujol» se iba a pasar por el forro de sus delirios lo que pudiera pensar la inmensa mayoría de los catalanes apoyándose en menos del tercio de los votantes. Como no puede sorprender, para mantener a ese treinta por ciento de afecto la única vía eran el clientelismo y la corrupción más desvergonzados. De por sí, este aspecto – que Pujol ha ejecutado meticulosamente durante décadas– bastaría para ponerle un cero pelotero, pero, por desgracia, sus aportes funestos no quedan ahí. En realidad, Pujol y el pujolismo constituyeron el ejemplo y cañamazo de todas las corrupciones en que se ha empantanado el sistema de 1978. Tras el «caso Banca Catalana» si algo quedó claro es que la impunidad planeaba sobre ciertas instancias. Al final, los ERE y tantas otras inmundicias no son sino réplicas del modelo pujolista del que todos sabían que creaba pingües beneficios públicos y privados sin pasar ante el juez. Por si semejante erosión del régimen constitucional fuera poco, además Pujol empujó un proyecto totalitario de adoctrinamiento ilegal, pero consentido, que ha llevado a Cataluña adonde se encuentra en la actualidad. De hecho, cuando los gobiernos nacional-socialistas de Maragall y del bachiller Montilla llegaron al poder no les quedaba más que la huida hacia adelante para intentar que el resto de España pagara unas clientelas catalanas imposibles de costear. Descubierta alguna de las tramas, sólo quedaba la independencia. La Historia de España abunda en personajes aciagos, pero Pujol es de los peores. Pasará a la posterioridad como el sujeto que abrió las puertas a la quiebra económica y moral de Cataluña, de la integridad nacional y de la democracia. Lo justo sería que, suspendido y con orejas de asno, estuviera de rodillas.