Historia

Alfonso Ussía

Tazones

La Razón
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Contaba el formidable Jaime Campmany que el primer presidente de la autonomía murciana, Andrés Hernández Ros, no destacaba por su cultura histórica. Un periodista amigo del poder lo entrevistó y pretendió ayudar con alguna pregunta relativa a la Historia con el propósito de adornar el texto con un toque de sabiduría. –Señor presidente, ¿qué opina de Carlos I?–; –Y el presidente, después de pensar su respuesta detenidamente respondió: –¿Carlos I? ¡Joé qué tío! ¡La madre que lo parió!–. Algo parecido debe pensar el ministro de Cultura del Emperador. Se cumplió ayer el quinto aniversario de su llegada a España, y sólo en Tazones, el pueblín asturiano en el que desembarcó escapando de una galerna, se ha celebrado el acontecimiento. Es lógico que el Ministerio de Cultura olvide a Carlos I de España y V de Alemania, hijo de Juana la Loca, que fue la madre que lo parió, y nieto de los Reyes Católicos. Con Pablo Motos de por medio, los pequeños personajes pasan a un segundo plano.

El emperador arribó a Tazones en una nao danesa, la «Engelen». Dos decenios más tarde, el hombre más poderoso del mundo, ya avisado por la muerte, navegó hasta Laredo para morir en España. De allí al monasterio de Yuste, donde vivió sus últimos días acostumbrándose a la humildad de no ser nada. Padre de Felipe II y de Don Juan de Austria, su hijo natural, personaje inconmensurable, el Gigante. Medía ciento noventa centímetros, lo cual molestaba sobremanera a su hermano Felipe II que apenas llegaba a los ciento sesenta. Fue el Rey de la España unida y de los dos hemisferios. Poca cosa para recordar su llegada a España. Creo que en Tordesillas le han preparado una exposición. Por ahora, sólo ha sido recordado en Tazones.

Estuve en Tazones este verano, con dos grandes amigos. En honor del emperador nos hicimos con una langosta cocida y demás frutillos de la mar cantábrica. Por Tazones, que es puerto pesquero y playa recogida, la mar se adentra en tierra por la ría de Villaviciosa, la Villa, como le dicen por allí. Prados, bosques y valles de los Sorribas. En el lecho, junto a la ría, los predios de Pepe Cardín y «El Gaitero», que sigue exportando al mundo su sidra centenaria. Hórreos y claros de hierba visitados por los corzos. En el malecón de Tazones, abigarrado de restaurantes marineros, flamean los pendones y banderas de Carlos I, el Emperador, joé que tío, la madre que lo parió.

El Rey de la unidad de España ha sido olvidado por el Estado Español. No confundir España con el Estado. España es la Patria y el Estado su administrador, no siempre decente, honesto, sabio y oportuno. La «Engelen», después del desembarco de Carlos I y su Corte, navegó hasta Pasajes para ser restaurada. Allí se incendió y fue tragada por las aguas de la cuna de don Blas de Lezo. En quinientos años nadie he mostrado el menor interés por rescatar su pecio, a pesar de su gran valor histórico.

Carlos I ocupa la primera urna del enterramiento de los reyes de España en el panteón del monasterio del Escorial. Las urnas están hechas a su medida. Se dice que las técnicas de embalsamamiento de aquellos años eran tan avanzadas, que los cadáveres de Carlos I y de su hijo Felipe II son los mejor conservados. Como padre e hijo eran retacos, los reyes pasan por el Pudridero y al cabo de 25 años les quiebran las piernas para que puedan ocupar su sitio.

El sitio, tener el sitio, perder el sitio, encontrar el sitio. El primer sitio de Carlos I en España fue Tazones, el único que le ha recordado en el quinto centenario de su llegada. Y hay que comprender al Ministerio de Cultura. Un lío esto de los premios nacionales y los mensajes de felicitación a la selección –magnífica–, de baloncesto. Las modas pasan y ese pasar ha abandonado al emperador Carlos I de España y V de Alemania, joé qué tío, la madre que lo parió.