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Enrique López

Tener miedo al miedo

La Razón
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Un buen amigo me recomendó hace poco tiempo la lectura de un libro del filósofo alemán Heinz Bude, el cual principia con el sugestivo y alarmante título «La Sociedad del Miedo». Me gustaría destacar una cita del libro –«Los hombres libres no deben tener ningún miedo al miedo, porque eso puedes costarles su autodeterminación. Quien es movido por el miedo evita lo desagradable, reniega de lo real y se pierde lo posible. El miedo vuelve a los hombres dependientes de seductores, de mentores y de jugadores... El miedo posibilita jugar con las masas que callan, porque nadie se atreve a alzar la voz, y puede acarrear una aterrorizada confusión de la sociedad entera una vez que salta la chispa». Me sumo a la recomendación de su lectura, es muy interesante. No me cabe duda de la influencia en el autor de Ortega y Gasset y su obra «La rebelión de las masas», donde el concepto de hombre masa de Ortega es causalizado por el miedo. Hasta hace algún tiempo las sociedades libres que se han forjado sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial, lo han hecho sobre la base de un estado del bienestar que preconizaba en que toda persona que se esfuerza, que invierte en su formación y que demuestra tener capacidad, puede alcanzar un cometido en la sociedad. Como señala el filósofo alemán, el emplazamiento social ya no queda determinado de entrada por la procedencia, el color de la piel, la ubicación geográfica o el género, sino que, gracias a la propia voluntad, se puede alcanzar su objetivo sobre la base de su esfuerzo, y en consecuencia lo entiende como merecido. Las sociedades que apuestan por el esfuerzo individual cimentado en el principio de igualdad de oportunidades, admitiendo que todos somos diferentes, promueven personas sin miedos y que se creen dueños de su propio destino; las sociedades basadas en la quimera del igualitarismo, que no del principio de igualdad, y que tratan de arrumbar al individuo cercenado su alteridad en busca de la unidad, convierten a la persona en un ser con miedo, tal cual lo entendía F. D. Roosevelt –«De lo único que tenemos que tener miedo es del propio miedo»–, parafraseando a Epicteto. Por ello, los que nos consideramos liberales, no como etiqueta política, sino como concepción ante la vida, debemos luchar por abandonar el miedo y apostar por el esfuerzo y la sana competitividad, manteniendo a ultranza el principio de igualdad de oportunidades, pero a la vez aborreciendo que se nos obligue a ser iguales. Llama la atención cómo algunos políticos tienen aversión a las oposiciones, tanto en su propio devenir académico y profesional, como en general al sistema de acceso a la función pública, lo cual es un mero ejemplo de la alergia al reconocimiento del esfuerzo personal de forma objetiva. También decía Roosevelt: «Creo en el individualismo... pero solo hasta cuando el individualista empieza a medrar a expensas de la sociedad», y esto es precisamente lo que algunos pretenden, medrar a cuenta de los demás y sobre todo de su miedo. Pero no podrán con la alteridad del ser humano, les supera.