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La Razón
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Neymar tomó las de Villadiego, casi antes de pagar la cláusula, Piqué metió un gol en su portería, el Madrid ganó los dos partidos de la Supercopa, la firma del contrato de Messi, en protocolarización; los añorados fichajes daban calabazas, la incorporación de Dembélé apenas ilusionaba y el Barça entró en depresión. Ni una tortilla de Prozac en el desayuno aliviaba ese síntoma de tristeza profunda propia de un otoño precoz.

Empezó la Liga y ni siquiera los primeros estímulos despejaron el diván. En el alicaído ánimo culé influía más el 0-3 del Madrid en Riazor que la victoria por 2-0 ante el Betis. Tampoco sirvió de motivación extra el segundo triunfo liguero (0-2 en Vitoria), ni siquiera el viento de Levante que empezaba a soplar en el Bernabéu mejoraba las expectativas. El 2-2 del Madrid frente al Valencia fue considerado un accidente, en todas las líneas generales. Sin embargo, el equipo avanzaba, mejoraba, de la mano de Ernesto Valverde, un entrenador excelente, ninguneado por una situación corrosiva. Pero él no alza la voz. Trabaja. Neymar se da el piro «al doscientos por ciento». Más trabajo. Ni Coutinho ni Di María. Ni uno ni dos. Nadie. Labor callada. Iniesta contradice al presidente, y quién no. Benedito recoge firmas para presentar la moción de censura. Laporta estampa la suya. El Madrid empata a uno en casa con el Levante. El equipo de Valverde gana el derbi con autoridad. Messi marca tres de los cinco goles al Espanyol. Debuta Dembélé, que ilusiona. Paulinho no parece un paquete. Semedo crea su fundación en el lateral derecho. Valverde sonríe, aguanta los caballos, galopa y calla. Sereno, humilde, con experiencia en varios banquillos, héroe del Athletic y triunfador de la liga griega, aplica conocimientos y practica el estilo Barça con su buen gusto por el fútbol. Y golea a la Juventus sin Neymar. Txingurri, con Messi 3.0, es un valor añadido.