El bisturí

Las cuatro reglas de oro de la autocracia sanchista

La regla número uno de los sátrapas es fusionar el Gobierno con el partido y debilitar algunos poderes del Estado

Como la historia es cíclica, siempre encadenada en ese eterno retorno del que nos hablaban Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche o Jorge Luis Borges, conocerla nos permite entender con mayor facilidad lo que ocurre en el presente y aventurar con escaso margen de error lo que sucederá en el futuro. El manual de estilo de los regímenes despóticos, perfeccionado a lo largo de los tiempos por autócratas de todo signo y condición en cualquiera de los continentes, da pistas, por ejemplo, de la situación por la que transita esta España que nos ha tocado vivir, y del camino al que se dirige ante la insólita pasividad de los mercachifles que pueblan la burocracia europea.

La regla número uno de los sátrapas a lo largo de la historia pasa por fusionar el Gobierno con el partido y por debilitar algunos poderes del Estado, con especial empeño en el judicial, con el fin de que se supediten al Ejecutivo, encarnado en la figura del presidente. Después de más de seis años de sanchismo, el PSOE ha dejado de ser un partido independiente y con voz propia, para amalgamarse con el Gobierno, convirtiéndose ambos en plataforma desde la que desprestigiar a jueces y magistrados. A medida que avanzan los procesos relativos al entorno del presidente, más hostiles son los ataques a este contrapoder y más saña empeña el aparato en denostarlo. Los jueces son, desde luego, el objetivo a batir y el partido fusionado con el Estado es el protagonista de la cacería.

La regla número dos del manual autárquico pasa por purgar a los díscolos y sumir en la espiral del silencio a las voces discordantes. En este esquema, Felipe González y Alfonso Guerra pasan a convertirse, por disidentes de la voz que emana del partido, en auténticos fachas, con ayuda de la jauría mediática, y Emiliano García-Page el rescoldo al que se permite arder para dar imagen de falso pluralismo. El acoso a los que contradicen la opinión dominante y denuncian la deriva del partido cuenta ya con innumerables víctimas en la España sanchista, y Espadas, Lambán o Lobato puedan dar buena cuenta de ello. El aparato les ha depurado.

La tercera regla de oro de todas las autocracias pasa por convertir al súbdito en dependiente del poder, concediéndole por medio de regalías y subvenciones lo que se le quita vía impuestos u otras medidas, lo que conduce inexorablemente a disparar la deuda pública. En la España de Sánchez, por ejemplo, el salario mínimo aumenta, pero nadie puede comprar una vivienda porque los sueldos normales son cada vez más bajos, golpeados por la inflación y el feroz saqueo impositivo. En la España de Sánchez, los españoles trabajarán también media hora menos al día, pero tendrán que jubilarse más tarde porque el agujero de la Seguridad Social se dispara y el dinero apenas llega para pagar las pensiones.

La cuarta regla de oro de toda autocracia que se precie de serlo es la apelación a un enemigo externo contra el que dirigir a unas masas previamente condicionadas por la pertinente desinformación. En esta España de hoy los enemigos externos al Gobierno son perfectamente identificables: en el propio territorio es Isabel Díaz Ayuso, la china en el zapato de Pedro Sánchez, la pieza a la que hay que hostigar con todo el aparato del Estado. Fuera del territorio, los enemigos son Trump y la ultraderecha, como lo eran los americanos para Fidel Castro. Todo, aderezado de la conveniente dosis de propaganda para embaucar a los crédulos.