Exhumación de Franco

Franco, electoralismo en el vacío

La Razón
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No debería encresparse el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, con la maniobra propagandista del PSOE, a cuenta del cadáver de Francisco Franco, por cuanto esta actúa, desde un punto de vista electoral, sobre el vacío. Incluso con la movilización de los medios de comunicación públicos, puestos sin recato al servicio del candidato socialista, la figura del anterior Jefe del Estado, fallecido en 1975, apenas opera sobre un electorado que en su inmensa mayoría, el 66,4 por ciento del censo, o no había nacido en esa fecha o tenía menos de 15 años y que, por su puesto, tiene ya formada su opinión sobre el régimen franquista. De hecho, según la última encuesta de «NC Report» para LA RAZÓN, tanto los indecisos como los que declaran que se abstendrán el próximo 10 de noviembre presentan porcentajes similares por grupos de edad. Es decir, la exhumación de Franco no parece que vaya a movilizar a más votantes, en uno u otro sentido, mientras que la mayoría de los encuestados que dicen que irán a las urnas ya han decidido sus opciones políticas de acuerdo a otros parámetros. En definitiva, que el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, no debería esperar demasiado de la ayuda que pueda prestarle el cadáver del Caudillo por antonomasia. Es más, tras la expectación, con un cierto punto de morbosidad, del espectáculo fúnebre de este jueves, el común de los españoles, que asiste indiferente desde hace años a la agitprop de la memoria histórica, volverá a su desinterés por un asunto, el de la Guerra Civil y el franquismo, que estaba felizmente superado y que, cuando más, se despacha con una sonrisa irónica. Pero, con todo, la peripecia de la exhumación deja algunos flecos de carácter político que es imposible pasar por alto. Nos referimos a la actitud prepotente del Ejecutivo, de ofensa gratuita a la orden benedictina, titular de la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, que, si bien, se incardina en el rancio anticlericalismo del PSOE –que, dicho sea de paso, tampoco añade voto alguno–, ha podido cruzar la línea de la ley. Como ha denunciado el abad, Santiago Cantera, se ha tomado literalmente el recinto religioso por decisión de la Delegación del Gobierno en Madrid, restringiendo los derechos de los monjes, bajo la delirante excusa de prevenir unos supuestos altercados de orden público que no son más que expresión inconfesable de deseos del Gabinete en funciones. La agitación, una vez más, del espantajo de unas hordas franquistas, cuando no nazis, que, simplemente, no existen o, en cualquier caso, serían residuales. Que no tema Sánchez, porque en este caso se cumple exactamente el viejo dicho español de «a moro muerto, gran lanzada». Pero, tampoco, podemos obviar el pobre papel de la jerarquía de la Iglesia española, comenzando por el arzobispo de Madrid, el cardenal Carlos Osoro, que ha dejado pasar en silencio que desde las instancias gubernamentales se despreciara la opinión del abad Cantera, caricaturizándole como si fuera un energúmeno. Actuación indigna, por sectaria, que merecería el reproche de nuestro episcopado. No en vano, estamos hablando de la exhumación de un cadáver, depositado en un recinto religioso, que se lleva a cabo contra la voluntad de la familia del finado y de los custodios de la tumba, mediante la promulgación de una ley de caso único, por más que la Sala de lo Contencioso del Tribunal Supremo haya hecho ingeniería procesal para avalarlo. Por lo demás, Pedro Sánchez tendrá hoy su pequeño triunfo, el único de sus propósitos políticos que ha podido llevar a cabo, pero mañana, parafraseando a Monterroso, descubrirá que el dinosaurio catalán aún sigue allí, acompañado, además, por las malas perspectivas electorales.