Ministerio del Interior

La captura del último jefe etarra rubrica el éxito de Fernández Díaz

La Razón
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La detención del último jefe de ETA, Mikel Irastorza, llevada a cabo ayer en la localidad vascofrancesa de Ascain por la Policía gala y la Guardia Civil, deja prácticamente sin dirección a la banda terrorista, a la que apenas restarían media docena de pistoleros en libertad. Supone, por supuesto, un éxito más de la democracia española frente al terror y la constatación de que el cumplimiento de la Ley no está sujeto a coyunturas ni depende de la voluntad de los delincuentes. Si bien ETA mantiene un alto el fuego desde octubre de 2011, ni se ha disuelto como organización criminal ni ha entregado las armas ni ha colaborado con la Justicia en el esclarecimiento de los crímenes cometidos. Por el contrario, los etarras y el entorno político abertzale que siempre le ha dado apoyo y cobertura, aun ante los asesinatos más execrables, tratan de imponer un relato «sin vencedores ni vencidos», por el que se establece un imposible e indignante plano de igualdad entre los asesinos y sus víctimas. La detención de Irastorza es, también, la rúbrica a la excelente labor desempeñada al frente del Ministerio del Interior por Jorge Fernández Díaz, que el viernes pasado traspasaba la cartera al nuevo titular, Juan Ignacio Zoido, con el reconocimiento expreso de la plana mayor del nuevo Gobierno y de sus compañeros en el Partido Popular. Una labor que, sin duda, le será reconocida por el conjunto de los ciudadanos, y no sólo por la eficacia demostrada frente a la banda etarra –durante el mandato de Fernández Díaz los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado han detenido a los últimos cinco jefes de ETA y a dos responsables del aparato logístico– o frente a la amenaza del integrismo islamista, la más grave que ha sufrido Occidente en las últimas décadas, sino también porque España, pese a la gravedad de la crisis y la demagogia de una oposición instalada en el eslogan y el radicalismo, ha podido mantener la paz social y la seguridad de sus pueblos y ciudades sin merma alguna de la libertad y en el pleno uso de sus derechos democráticos. Nuestro país puede enorgullecerse de encabezar la lista de los más seguros del mundo, con la tercera tasa de homicidios más baja de Europa –sólo por detrás de Luxemburgo y Eslovenia– y, al mismo tiempo, ser una de las democracias más avanzadas y con mayores niveles de seguridad jurídica. Gran parte del mérito corresponde a la profesionalidad y el espíritu de sacrificio de los doscientos mil hombres y mujeres que integran la Policía Nacional y la Guardia Civil, sin olvidar a los funcionarios de prisiones y a quienes velan por la protección civil, y es de justicia reconocer el trabajo de quien ha estado al frente de todos ellos durante los últimos cinco años, convirtiéndose, tras el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, en el ministro del Interior que más tiempo ha permanecido al frente de esa difícil y compleja Cartera. En efecto, Jorge Fernández Díaz ha desempeñado su trabajo sin concesiones a la galería y sin ceder a presión alguna, incluso en los momentos más tensos de la lucha contra la corrupción política, en la que su Ministerio, a través de las distintas brigadas y servicios policiales, no ha escatimado esfuerzos, hasta el punto de que en estos cinco años las operaciones contra esa lacra se han incrementado en un 135 por ciento y el número de detenidos e imputados ha crecido el 208 por ciento. Son datos y hechos que es preciso destacar, aunque sólo sea para restablecer el equilibrio debido entre la verdad y la crítica política.