Crisis económica

La España real

El retrato que Alfredo Pérez Rubalcaba hizo de la España actual en el pasado Debate del Estado de la Nación fue sin duda apocalíptico, si somos rigurosos con los usos del diccionario. Parecía que describía a un país cercano a la extinción y la devastación, y lo hizo con un estilo oscuro –que es otra de las acepciones del término–, sin margen para la esperanza y la recuperación. España tiene problemas, qué duda cabe, pero su situación ha mejorado y hay datos que indican que podemos salir de la recesión. Queda mucho por hacer, pero no es el final del mundo. Ni mucho menos. Sin duda, Rubalcaba actuó más como un líder discutido que busca el apoyo de la militancia del PSOE que como jefe de la oposición, aunque el rédito político sacado tras su intervención ha sido nulo, incluso perjudicial, y ha acabado favoreciendo a IU, que tras el debate aumenta sus expectativas de voto. Sabe que su autoridad en el partido dependerá del resultado de las próximas elecciones europeas, de ahí que su intervención en el Congreso de los Diputados exagerase el «perfil social» del PSOE con un estilo izquierdista algo impostado, pues no está en condiciones, como reiteradamente le dejó claro Rajoy, de dar lecciones después de haber formado parte del último gobierno socialista. Además, sabe que el margen, si se quiere cumplir con las reformas acordadas con Europa, es escaso. Por lo tano, su estrategia de desgaste contra el Gobierno es tan básica que deja en evidencia a un socialismo sin ideas, incapaz de reformular la sostenibilidad del Estado del Bienestar sin la quiebra de la caja pública, o por lo menos todavía no lo ha explicado. Su estancamiento electoral sólo demuestra la desconexión que un discurso altamente ideológico produce en la ciudadanía (en este país, ser de izquierdas no es una garantía para el saneamiento de las cuentas públicas). Sin duda, el Gobierno de Mariano Rajoy ha tenido un desgaste desde que llegó a La Moncloa con una de las crisis económicas más profundas que ha sufrido nuestro país, pero gobernar en ese contexto no deja indemne a nadie que lo haga con responsabilidad y aplicando políticas reformistas. De ahí a decir que se trata de un Gobierno «antisocial» va un trecho: sería muy sencillo equilibrar el déficit sin mantener el nivel de las prestaciones sociales. Los datos son otros: en los Presupuestos de 2014 el conjunto del gasto social es del 52,6%, un 4,4% más que el año anterior. Por otra parte, el indicador de desigualdad dio sus peores datos en 2009 y 2010 (pasó del 31,9 al 34,5), mientras que en 2012 pasó del 24, al 35. Son datos, sin duda, fríos, pero la tendencia indica el camino. Lo importante es saber a dónde se va y Rajoy sabe que hay que insistir en las políticas reformistas emprendidas y que no hay mejor programa social que impulsar el crecimiento y crear empleo.