Constitución

La gran mentira del «proceso»

La Razón
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El largo «proceso» independentista creyó tener ganado su choque con el Estado porque habían sabido construir un «relato». Es decir, tenían una motivación –agravio económico y expolio– y un objetivo por el que luchar –un Estado propio donde colmar sus anhelos–, mientras que el gobierno de España sólo tenía la Ley. Ese «relato», como toda narración, se escribe con hechos reales trufados con otros de ficción. En el caso del independentismo, mantener viva la llama y el convencimiento de que, al final, el Estado claudicaría a sus pretensiones y aceptaría que una parte de España se desgajara y la resultante fuera acogida con los brazos abiertos por la comunidad internacional, pasaba por persistir en la mentira. El abuso de la ficción, cuando es una herramienta para moldear conciencias, es un acto inmoral. No cabe duda de que el desafío secesionista había falseado la opciones reales de salir victorioso, pero, por si había dudas, los mensajes que Carles Puigdemont envió al ex consejero, también fugado, Antoni Comín, deja claro que mentían a conciencia. «Esto se ha terminado. Los nuestros nos han sacrificado, al menos a mí», dice uno de ellos. Y prosigue: «El plan de Moncloa triunfa, solo espero que sea verdad y que gracias a esto puedan salir todos de la cárcel porque si no el ridículo histórico, es histórico». Aun y así, insistía en una declaración grabada a la misma hora que seguía siendo el único candidato a presidir la Generalitat, aunque esté en Bruselas, y hacía un llamamiento a desobedecer al Tribunal Constitucional. Estos mensajes son la prueba irrefutable de que el «proceso» está agotado y no tiene salida, que negarse a la evidencia al grito de «ni un paso atrás» es optar, de nuevo, por la mentira. No es la primera vez que trasciende que para los dirigentes del independentismo el «proceso» era inviable. Recordemos cuando se revelaron las conversaciones que mantenían los colaboradores de Oriol Junqueras en la consejería de Economía –que servía de cuartel general del golpe– y en las que reconocían que la Generalitat no estaba preparada para declarar la independencia al día siguiente del referéndum: «Cualquiera que tenga dos dedos de cerebro lo sabe». «Hay un tema de fondo, en algún momento a alguien le ha de interesar este puto proceso en el mundo real», añadían. Sin embargo, se persistió en esa estrategia suicida, al punto de que el propio Junqueras y su partido fueron los que se lanzaron a declarar la «república catalana» con la consecuente aplicación del 155. El último engaño es difundir la idea de que existe una mayoría social que permite la vía unilateral, cuando los resultados electorales no lo avalan y dicha vía sólo conduce a un choque frontal con el Estado de Derecho con las consecuencias penales ya conocidas. «Alea jacta est». La suerte del «proceso» ya está escrita: prolongará esta situación de bloqueo por la propia incapacidad de los partidos independentistas de elegir un candidato, teniendo en cuenta la guerra abierta entre el JxCat y ERC. Otra cosa será aceptar que la declaración unilateral de independencia tiene un recorrido corto y traumático. La vuelta a la legalidad no será fácil porque ambos partidos –ya no digamos la CUP– llevan cinco años dedicados a la destrucción del actual marco de convivencia –Constitución y Estatuto– y reformular una nueva estrategia no está a la alcance de unos cuadros radicalizados. El futuro de Puigdemont y de los dirigentes de «proceso» puede dilucidarse más pronto de lo esperado si se sustenta el delito de rebelión y el Supremo decide la inhabilitación antes de la sentencia. El desastre ha sido más grande de lo esperado y no aceptar esta derrota es perpetuar un engaño que sólo perjudicará a la sociedad catalana.