Portugal

Ni el fútbol ni la afición se merecen esto

La Razón
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Hoy, el balón comienza a rodar en el Campeonato del Mundo de fútbol de Rusia en el que la selección española ha llegado como una de las grandes favoritas. Pero nada de eso copó los titulares en los principales medios especializados y generalistas del planeta. Nada de lo que debió acaparar el protagonismo informativo de uno de los espectáculos más esperados por las audiencias millonarias de los cinco continentes. Y no fue así porque los sucesos catárticos de la selección española lo evitaron desgraciadamente para nuestros intereses. Todo había arrancado con sorpresa e inoportunidad poco justificables el martes cuando se hizo público el fichaje del que era seleccionador nacional, Julen Lopetegui, como entrenador del Real Madrid para la próxima temporada y fue empeorando ayer hasta concluir en un descalabro y en un ridículo insólitos gracias a la secuencia de errores del presidente de la Real Federación Española, Luis Rubiales, que culminó con la destitución abrupta y extemporánea de Lopetegui a 48 horas del debut del equipo nacional frente a Portugal. Rubiales justificó su manotazo en la mesa en que era un «mensaje claro» a todos los integrantes de la Federación de que deben «cumplir la forma de actuar» de la entidad. Su puesta en escena y su discurso fueron incomprensibles pues a continuación admitió que la negociación entre el Real Madrid y el exseleccionador fue «legítima», que no sintió deslealtad alguna de Lopetegui y que lo imperdonable fue que hubiera ocurrido «sin ninguna información a la federación». Es decir, que él no se hubiera enterado, pese a que un comunicado federativo publicitó la versión contraria el día anterior. O sea que todo habría sido distinto si el presidente de la Federación hubiera sido partícipe de la confidencia, lo que eleva al cubo la ligereza y la frivolidad de su gobierno de esta crisis. Rubiales demostró inexperiencia, pero sobre todo incapacidad para afrontar una situación incómoda, pero reconducible, con frialdad y el cálculo pausado y adecuado en función de los intereses generales de la selección. Suya es la responsabilidad de haber convertido una tormenta en un tsunami de consecuencias impredecibles sin haber atendido tampoco a las razones de los principales actores de todo ese sueño nacional que es ganar la segunda estrella mundialista, los futbolistas. Los pesos pesados del equipo intentaron convencer a Rubiales de que no echara a Lopetegui, que lo necesitaban, que estaban con él pese a todo, y, lo más importante, que todos debían poner el bien colectivo, el de España, por encima de disgustos y orgullos mal entendidos y peor llevados. No escuchó a los internacionales. Apostó por el enfrentamiento, la ruptura y la distancia con el grupo de profesionales, con Lopetegui a la cabeza, que habían realizado una fase de clasificación sobresaliente y le habían llevado también a él hasta Rusia. La presidencia visceral y caudillista demostrada en este primer revés no casa con la de un alto ejecutivo del siglo XXI de un entidad de presupuestos millonarios que debe estar preparado para elegir la mejor respuesta posible al problema más acuciante por mucho que le incomode. No ha sido así y Rubiales tendrá que asumir responsabilidades por la imagen decadente que se ha transmitido al mundo y por las posibles secuelas que su arbitraria actuación pueda acarrear, pues de lo que estamos seguros es que ni el fútbol español ni la afición se merecen esto. La elección de Fernando Hierro como seleccionador eventual es un mal menor en un océano de adversidades. Y luego están nuestros futbolistas, obligados a dar varios pasos al frente en solitario y gestionar en el vestuario una cita tan exigente como el Mundial. Es complicado ser optimista en esta hora, pero mañana, ante Portugal, España será capaz de todo con un país detrás que sabe perfectamente de lo que son capaces.