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Orgullo de la España más humana

La Razón
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Todo estaba en contra. Todo: desde la propia tipología del pozo, abierto para un sondeo ilegal, hasta la orografía del terreno circundante, sin olvidar una geografía hostil para el desplazamiento de la maquinaria pesada. Y, sin embargo, se intentó lo imposible, sin tasar el esfuerzo, sin mirar el coste, sólo desde esos movimientos de solidaridad, de humanidad que, a veces, como latigazos, sacuden a la sociedad española y nos reconcilian con la realidad de un gran país, habitado por gentes generosas y abiertas, siempre inclinadas a interiorizar como propias las desgracias ajenas. Impagables resultan los esfuerzos de tantos hombres y mujeres que han dado lo mejor de sí mismos en esa tarea ímproba. Son los miembros de la Brigada de Salvamento de Asturias, despreciando el riesgo de abrir una galería contra reloj; los bomberos de Málaga, los servicios de Protección Civil, los especialistas de la Guardia Civil venidos de Palma de Mallorca y de Cantabria, los pilotos de helicópteros de la Benemérita, en sus presurosos vuelos nocturnos... Pero, también, los ingenieros de obras públicas, los operarios de la maquinaria pesada, los geólogos, los trabajadores de las empresas de toda España que, sin demandar nada a cambio, se han esforzado las veinticuatro horas del día para proporcionar los materiales necesarios para la enorme tarea. Y están los vecinos de Totalán, y aún de toda Málaga, que han abierto sus hogares para lo que fuera menester. Sólo así se han podido abrir los caminos, desplazar las laderas y extraer los 120.000 centímetros cúbicos de tierra en un tiempo récord, medido en días, cuando se hubieran necesitado meses. Ejemplo de humanidad, de solidaridad, de trabajo bien hecho. Reflejo, ya decimos, de la mejor España, en la que no siempre queremos reconocernos y que, desde luego, tiene poco que ver con lo que destilan algunos miserables o, quizás, simples inconscientes, desde el anonimato de la red. Esta vertiente de la bondad humana es, y no es poco, la única conclusión positiva que cabe destacar de una tragedia tremenda, que ha destrozado a una familia malagueña y que nos ha conmocionado a todos. Julen Rosello, de 2 años, fue hallado muerto donde su padre señaló desde el principio que debía hallarse. La autopsia terminará de confirmar los primeros análisis forenses que nos dicen que el niño murió de un fuerte golpe en la cabeza, consecuencia de la brutal caída desde los 71 metros de la boca del pozo hasta un primer tapón de tierra. Una muerte instantánea del niño, que si no es consuelo, al menos, ahuyenta los fantasmas de tantos días de angustia vividos en directo. Ya habrá tiempo para que la investigación de la Guardia Civil, que ha llevado el peso en todo este episodio, despeje las últimas incógnitas, ya irrelevantes, del caso, y para que se extraigan las lecciones de un suceso que, de haberse cumplido las normas establecidas, no hubiera tenido lugar. Si la muerte de Julen y su impacto en el cuerpo social tiene que servir de algo, sea para concienciarnos a todos sobre la importancia de unas medidas legales, envueltas en farragosa burocracia en demasiadas ocasiones, es cierto, pero que responden al ineludible principio de precaución. Nos referimos, claro, a los miles de pozos, fosas y zanjas abiertos a lo largo y ancho del territorio español sin el menor control o sin la pericia necesaria. Agujeros imperceptibles con el correr del tiempo, trampas mortales de las que tenemos larga y amarga experiencia, como nos recuerda el caso de la pequeña Sara Palacios, de tres años, caída en un pozo de drenaje de Sesa (Huesca), en el lejano 1980, y muerta por el frío y el desfallecimiento tras tres largos días. Porque, mucho nos tememos, ayer, en Totalán, sólo se cerró el último capítulo de la última tragedia.