Cantabria

Un partido joven que está viejo y roto

La maniobra, ciertamente desleal, de Íñigo Errejón, saltando a la grupa del presunto caballo ganador, que no es otro, en los dudosos cálculos electorales de la izquierda, que la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, es la imagen más descarnada de un partido político joven que, sin embargo, se ha contagiado de todos los defectos de las viejas formaciones en un tiempo inusualmente corto; cinco años. No estamos, efectivamente, ante una crisis de carácter ideológico ni ante un desacuerdo causado por distintas interpretaciones sobre la estrategia a seguir, sino ante la cristalización de rencillas personales, enconadas e irreconciliables, entre quienes hace apenas un lustro se presentaron ante la sociedad española como los adalides de la nueva política, debeladores del malvado «régimen del 78» e impulsores de la verdadera democracia, directa y asamblearia, que debía liberar a España de la lacra de los partidos tradicionales, que fueron artífices de la Transición. Pues bien, como en Cataluña, Navarra, Andalucía, Cantabria y La Rioja, por citar los conflictos internos más recientes de Podemos, la formación morada se ha roto en Madrid, puesto que le era imposible a Pablo Iglesias asumir la trágala implícita en la decisión de Íñigo Errejón de presentar su candidatura a las elecciones autonómicas bajo el paraguas de la marca Carmena. Lo hecho, supone partir en dos las candidaturas de la extrema izquierda madrileña en unos momentos ya de por sí difíciles para la formación morada, que no ha dejado de perder votos en las últimas confrontaciones electorales, quedando, incluso, por debajo de la supuesta suma con Izquierda Unida. En la operación de Errejón no sólo había oportunismo, sino un desprecio paladino, sin atenuantes, a esa democracia participativa de la que tanto blasonaban. Así, hace menos de un año las bases del partido en Madrid, consultadas por la dirección, había decidido que Podemos se presentara bajo su marca a la Comunidad de Madrid, aceptando los hechos consumados en el Ayuntamiento, donde Manuela Carmena estaba dispuesta a librarse del lastre más extremo e irracional de la agrupación que la elevó a la Alcaldía, como demuestra este párrafo de la carta conjunta firmada por la exjuez y por Errejón: «Es más necesaria que nunca otra manera de hacer política que escuche más que grite, que proponga más que imponga, que colabore más que compita». Aunque la defensa oficiosa de Errejón y sus partidarios argumenta que desde la secretaría general se le pretendía imponer una lista de candidatos que no respondía a intereses políticos, sino personales, lo cierto es que tanto los tiempos como el modo en que se ha desarrollado la crisis descubren que las heridas abiertas en el enfrentamiento que mantuvieron Iglesias y Errejón por el liderazgo del partido eran muy profundas. No ha ayudado a cerrarlas , sin duda, la huella personalísima que imprime Pablo Iglesias a su dirección ni, tampoco, las contradicciones y la falta de coherencia entre el discurso de los principales responsables de Podemos y sus actitudes particulares, que tienden a desmovilizar a muchos de sus primeros votantes, fuertemente ideologizados, y partidarios de seguir vías «alternativas» para la organización social. No es sólo la pérdida de votos, sino el desinterés creciente de las bases a la hora de involucrarse en las consultas que convocan las distintas secretarías de participación. Con todo, lo peor de este tipo de situaciones es que se reproducen allí donde los distintos protagonistas vislumbran posibilidades de mantenerse en el poder o de conseguir representación pública, como si a la postre, la marca de Podemos sólo fuera un vehículo y no la conformación de una alternativa política por encima de nombres propios.