Crisis del PSOE

Una buena decisión para el PSOE

La Razón
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Más de once horas después de reunidos los miembros del Comité Federal, y en un clima de crispación máxima que concluyó en una votación a mano alzada sobre las propuestas de Congreso y primarias que vencieron los críticos, Pedro Sánchez presentó su dimisión como secretario general del PSOE tras comprobar que su liderazgo era contestado por una mayoría absoluta del principal órgano del partido entre congresos y que sus posiciones numantinas habían sido absolutamente desbordadas. Fue el epílogo a una jornada que constató que el PSOE vive el peor momento de los últimos 40 años de su historia y, para muchos, el tiempo más desolador de este partido centenario. Está por verse que la salida de Pedro Sánchez pueda suturar la profundísima herida abierta en la organización, aunque lo que era evidente era que con él en el mando resultaba imposible. Hay que dejar claro que la renuncia del que fuera secretario general no fue sencilla, ni voluntaria, ni incruenta. Que se aferró con las peores artes al cargo y que lo intentó todo para mantener su posición, sin importarle arrastrar a la formación centenaria por el barro del desprestigio camino del despeñadero. El clima del encuentro fue del todo irrespirable y lo fue promovido por el discurso insidioso de Pedro Sánchez contra sus rivales, con insultos y bronca a los críticos a su llegada a Ferraz, y que demostró hasta qué grado el virus del rencor inoculado por el aparato pedrista pareció haber calado al menos entre sus huestes militantes. El desencuentro entre las dos facciones fue absoluto desde el primer momento del cónclave, que estuvo trufado por constantes divergencias sobre las formas y el fondo de su desarrollo que forzaron múltiples recesos para contener la temperatura anímica del encuentro, aunque fue imposible y terminó por estallar. Sánchez se negó en redondo a reconocer la nueva legalidad del partido provocada por la renuncia de la mitad más uno de la Ejecutiva Federal y mantuvo la posición de bloqueo en el PSOE, como lo hacía con España, hasta que fue acorralado por la realidad de su inferioridad manifiesta. Intentó boicotear el Comité Federal, ganar tiempo, embarrar al PSOE y emponzoñar cualquier salida a la crisis que no fuera de su gusto. Forzó incluso un simulacro de votación secreta con urna que finalmente hubo de suspender entre gritos de «pucherazo», «sinvergüenzas» y una bronca descomunal. Todo ello provocó que los críticos emprendieran una recogida de firmas para forzar una moción de censura y una votación que acabara con el relevo en el liderazgo, que el sector oficialista frenó, pero que finalmente fue determinante al comprobar que los opositores disponían de una mayoría absoluta del Comité Federal que utilizaron en la votación a mano alzada para derrotar las propuestas de Congreso y primarias de Pedro Sánchez. Ese momento representó el fin de una etapa y el comienzo de otra, con la designación de una gestora que dirigirá el partido. Sánchez era un problema para España, y también para el PSOE. Su legado ha sido el más nefasto de las muchas décadas de vida política del socialismo español, pues ha sido capaz de sembrar la cizaña de la discordia hasta generar el clima guerracivilista que se pudo constatar ayer en el Comité Federal. Su retirada puede aliviar un tanto la presión sobre la organización, pero parece poco probable que las secuelas de su mandato se puedan restañar en un plazo breve. Hoy, como ayer, los socialistas tienen la llave de la cerradura que abre la puerta de la estabilidad institucional que necesita España y que evite que el país se vea abocado a unas terceras elecciones generales, con el consiguiente desgaste añadido al que arrastramos desde diciembre. El PSOE está ahora en condiciones de prestar al país lo que se espera de él y de asumir la responsabilidad que le confiere su historia de servicio al Estado y su deber para con el bienestar de los ciudadanos. Cuanto más tiempo se prolongue la excepcionalidad en la política nacional, más difícil será que el horizonte político se despeje y entre al fin algún rayo de sol entre tanta penumbra. Creemos que dirigentes como Susana Díaz, García-Page, Fernández Vara o Tomás Gómez tienen el deber de enmendar el rumbo equivocado que el PSOE tomó con Pedro Sánchez. El primer objetivo sólo puede ser permitir que el partido que ganó las elecciones generales, el PP, y que cuenta con el respaldo de 170 diputados, pueda formar gobierno. Entonces, podrán liderar una oposición responsable y rigurosa. En cuanto al partido, tocará recomponerse y recuperar sus señas de identidad y un discurso de Estado que destierre al olvido los avatares de un liderazgo marcado por la mentira a los propios y a los ajenos, que abonó la mala hierba de la escisión en el socialismo. España no puede permitirse el lujo de que la extrema izquierda expropie el espacio ideológico y electoral de la socialdemocracia, hasta pervertirlo. El PSOE debe ocuparlo y defenderlo para ejercer su responsabilidad de contrapeso en el sistema de partidos, como lo hizo desde la Transición. Cuanto antes lo consiga, mucho mejor para el interés general del país.