Elecciones generales

Voto por una España estable

La Razón
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La mayoría de los partidos políticos suelen hacer un llamamiento al «voto útil», en algunas ocasiones hasta cuando sus opciones electorales son escasas y ellos mismos entorpecen para que otras formaciones mayoritarias puedan beneficiarse de ese voto. Todos se consideran útiles y decisivos y esa es la esencia de la democracia: creer que las ideas propias, defendidas dentro de los principios de la legalidad, pueden ayudar al bien colectivo. El escenario descrito es ideal, pero no siempre coincide con el contexto político que se está viviendo. En España, la situación está marcada por la crisis que el independentismo catalán abrió con su declaración unilateral de independencia el 27 de octubre de 2017. La unidad de los constitucionalistas (PP, PSOE y Cs) pudo atajar desde el principio de legalidad lo que fue un verdadero golpe a la democracia. Con lo que nadie contaba es que Pedro Sánchez llegaría meses después a La Moncloa a través de una moción de censura con el apoyo de los partidos que encabezaron aquel choque frontal contra la legalidad. Esa es la situación política que hemos heredado y es lógico, por lo tanto, que esté presente en las elecciones de hoy, cuando Sánchez aspira a revalidar su mandato; ahora sí, pasando por las urnas. Ningún partido se ha destacado por defender una política de bloques, a derecha e izquierda, anunciando pactos antes de que se sepan los resultados, pero lo cierto es que nadie podrá gobernar en solitario y necesitará el apoyo de varios partidos. En el «bloque de la moción de censura», o lo que Pérez Rubalcaba denominó como «gobierno Frankenstein», habrá que hacer compatible el programa económico de Podemos con el clásico de la derecha que representa el PNV; además de otras incongruencias en política fiscal y gasto público en un momento en el que en la zona euro se producirá una desaceleración del ya débil crecimiento del 1,8% este año al 1,5% en el 2020. Estos cálculos están fuera de la agenda de Sánchez, que está dispuesto a retener el Gobierno al precio que sea. Por contra, en el bloque del centroderecha se ha producido un fraccionamiento del voto que sí puede ser decisivo, sobre todo tras la irrupción de Vox. De ahí que el líder popular Pablo Casado reclame el «voto útil» para el PP como única manera de sumar y ser una alternativa real a Sánchez, toda vez que Cs ha dejado muchas incógnitas en su campaña. Todos los sondeos vienen advirtiendo sobre los indecisos; de hecho, si damos por bueno el último baremo del CIS, del 86,6% que está convencido de ir a votar, un 41,6% reconoce que todavía no tiene decidido por quién lo hará. Es decir, sólo el 57,8% de los encuestados sabe a qué partido votará. Hay un factor determinante en estos comicios que será el que en el último momento decante el voto: si bien se ha querido activar el «voto del miedo» contra el centroderecha, lo que ningún estratega o consultor político conseguirá borrar es que hay una franja importante que duda sobre si este PSOE es el más fiable para resolver la crisis de Estado a la que nos ha abocado el independentismo, precisamente sus socios. En la política española, la máxima participación siempre se ha producido en los cambios de ciclo: el 79,97% cuando el PSOE llega por primera vez al Gobierno en 1982, y el 77,38%, cuando, en 1996, el PP gana las elecciones. Las previsiones para la jornada de hoy es que la abstención se situará en uno de sus niveles históricos más bajos, señal de que los ciudadanos entienden que estas elecciones serán clave, por las consecuencias en la gobernabilidad del país y el nuevo mapa político que dibujará. Hay que sentirse orgullosos de que los españoles no den la espalda a las urnas en un momento tan decisivo y se sumen a los caprichos de la antipolítica. Nuestro sistema democrático es fuerte, pero no se puede abusar de la inestabilidad.