Insensateces
Empatía
Por qué no nos permitimos, por qué no nos permiten fallar alguna vez. Por qué nos empeñamos en señalar a la gente que no tiene un buen día, o que tiene una mala tarde. Por qué
El otro día, en la Gala de Operación Triunfo, estuvo invitada Valeria Castro. La cantante canaria estuvo acompañada por Dani Fernández, y fue en uno de esos números musicales fuera de concurso que adornan mucho cada entrega. Y no salió bien. No salió con la calidad vocal a la que nos tiene acostumbrados Valeria porque, podemos discutir si nos gusta cómo canta la palmera, si su timbre de voz nos mola o si el estilo nos empalaga más o menos, pero Valeria Castro es muy artista. Muy original, distinta.
Lo que pasó provocó un montón de reacciones en X, que es ese patio de vecinos donde huele a cerrado y donde no corre el aire aunque esté al aire libre. Algunas de esas reacciones no tenían piedad y otras eran demasiado piadosas. Dañinas o benevolentes, tremendamente injustas o absolutamente condescendientes.
Y, al final, habló Valeria. Habló Valeria para decir que deja esto por un tiempo, que está agotada, agobiada y que eso le ha hecho mella en la garganta. Suspende los conciertos y la gira en otoño y ya volverá en primavera. Y entonces se paró todo porque ella, de nuevo, mandó en el escenario, marcó el ritmo. Paréntesis.
Y entonces me vino a la cabeza por qué no nos permitimos, por qué no nos permiten fallar alguna vez. Por qué nos empeñamos en señalar a la gente que no tiene un buen día, o que tiene una mala tarde. Por qué.
Y me dirán Vds que entonces Valeria no se dedique a lo que se dedica, que se dedique a otra cosa, como si en cualquiera de las otras cosas se pueda tener un mal día. Como si el señor del banco que atiende a las ancianas que quieren poner al día la cartilla no pueda ir sin la paciencia necesaria. Como si no fuera necesario pensar en «esto lo dejo para mañana que no puedo más». Como si no hubiera días en los que notas que estarías mejor en la cama, que no has dormido, que tienes una preocupación. Como si no hubiera días terribles. Como si fuera imperdonable. Se llama empatía. Y debe estar carísima.